2/09/2009

Anochece 5

Poco recuerdo los días que despierto después de beber. Poco recuerdo, pero es incluso menos lo que quisiera. Maldito sentimiento de melancolía que sigue al despeje total de mi mente y a las plásticas sonrisas.


Hoy he salido, pero, ha sido solo para comprar tabaco en el estanco de enfrente. El señor que trabaja dentro sigue siendo el mismo calvo irritante que siempre me miraba con deseo cuando entrábamos por la puerta, el insoportable hombre de pedante mirada y obsceno gesto.


Pero yo ya no veo sus caras, las de nadie, solo atravieso las puertas mirando al suelo, y cuando miro a los ojos de las personas, no son personas lo que veo, y recuerdo aquellos días en los que cuando dirigía mis pupilas a las de otros podía encontrarlos tras ellas, son sacos de huesos vacíos de cualquier tipo de respeto o afecto por mi parte.


Tras volver a toda velocidad, cruce mi puerta, observe a mi alrededor por si debiera sorprenderme de nuevo y decidí, o más bien reaccioné instintivamente girándome, cerrándola y subiendo las demasiado porosas escaleras.

Nunca hemos subido a esta azotea, pero ¿recuerdas aquel día que subimos a la de la casa de mi familia? Fueron cortas horas mirando al mar infinito, en simbiosis con el cielo… Deteniendo el tiempo, como siempre hacíamos cuando estábamos juntos, mi pequeña persona atemporal, mi pequeño enlace al mundo de la distracción y el alivio. Pero tu ya no estás…


Perdona que desvaríe, pero todavía se me hace duro tener que mentalizarme de ello.

Pues, la azotea te decía… La azotea es esa parte de mi edificio con muros que invitan al suicidio de alguna manera, así cuando los ves por primera vez, y te transmiten lástima y vejez, desuso y la melancolía que los de este estilo despiden con el paso de los años. ¿Sabes que mi azotea tiene unas escaleras de caracol?

Son unas, como las estarás imaginando ahora, metálicas, negras de acero, supongo, con motivos vegetales entre la barandilla y el escalón. Las escaleras llevan a una segunda azotea, pero siempre han estado “precintadas”, aunque solo verbalmente. La comunidad de vecinos nos aconsejaba nunca pisarlas, por inseguras, quizá, yo eso nunca llegué a saberlo, pero respeté las órdenes como miembro obligado de la misma. Sin embargo, hoy era el día de observar los edificios desde lo más alto, porqué no… Esas cosas relajan a la gente, y yo necesito expulsar mucho veneno… demasiado…


Al principio puse un pie en el primer escalón esperando a que se desprendiera del eje sobre el que se articulan, pero no lo hizo, por lo que seguí subiendo hasta encontrarme sobre un llano lleno de piedrecillas, charcos, y una puerta que debía ser la que conducía de nuevo al rellano de la última planta. Era perfecto, así de vuelta no tendría que sufrir el vértigo que siempre me entra cuando bajo unas escaleras de caracol, intentando ver el final, y solo viendo un peldaño y otro, y otro más girando bajo tus pies.


La vida es una escalera de caracol, descendente o ascendente. Cuando es descendente, tienes vértigo, miedo, un sentimiento agrio entre la garganta y el estómago, y desesperación por no encontrar el último peldaño. Entonces tu escalera es negra, y a parte de ella, solo está el vacío, oscuro y obscenamente grande. Cuando es ascendente, tienes ilusión por seguir subiéndolas, por ver que tan alto puedes llegar, sin saber a donde van, pero viendo una luz en su término.


Pero el caso es, que las escaleras de caracol me asustan y preferí cruzar la puerta gris y algo oxidada de la segunda azotea. Giré el pomo con un esfuerzo sobrehumano. Deduzco que no suelen pasar muchas personas por allí.


La puerta no daba al rellano, ¿sabes?, daba a un pasillo sin luz, sumergido en humedad. Quise salir, pero se cerró tras de mi cuando me asomé para comprobar si conducía a las escaleras.

Se abría un largo pasillo ante mi, a oscuras completamente al principio, y alumbrado después con las bombillas de bajo consumo que tardan un rato en cargarse, aportando ese tono lúgubre de película de miedo, magnificado por el olor a rancio y mojado, en el que estaba bañado el lugar.


Caminé lentamente por él, buscando la puerta que me recondujera a mi casa. Tras exactamente setenta y siete baldosas, el pasillo terminaba en una estancia, en la que había un sofá algo deshilachado, verde, una televisión antigua y una mesita de madera redonda, con un paquete de tabaco negro y un mechero a su lado. Recorrí toda la habitación, en busca de la puerta, y tras la música oí a alguien murmurar.


“…aquí…”

- ¿Qué? – Dije antes de ver a nadie, me descolgué los auriculares y vi a mi perseguidor.


“ Que si puedo saber que haces aquí.”

- No lo se, ando algo perdida, yo solo quería no tener que bajar las escaleras esas de caracol que hay ahí fuera. Tengo algo de vértigo…


“ ¿Seguro que no andabas buscándome?”


¿Estaba yo buscándolo acaso?, no había una razón real por la que hubiera querido subir a la azotea, sin embargo no había sido más que uno de esos antojos por los que me muevo a veces, sin más significado que el que se le quiera encontrar más tarde.

- No te buscaba, solo he salido a fumarme un cigarro, y de vuelta no he querido arriesgarme a caerme por las escaleras. – Estaba perdiendo el miedo a esta persona, cada vez se me hacía más familiar y cómodo tenerlo cerca, al fin y al cabo, durante un mes, había sido la única persona, o lo que fuera, con la que había tenido relación.


“¿Ya no te asusto?, ¿estás ya tranquila con mi presencia?, quizás estés preparada dentro de poco. Solo hace falta eliminar algo y mostrar desinterés para conseguir lo que quieres. Al menos contigo es así, eres una niña algo egoísta.”

- Me alegra que lo hayas comprendido por fin, ahora ya puedes irte y dejarme aquí sola como todos hacen.


“Nadie quiere arreglar el pasado, solo ignorarlo y seguir en la ignorancia, ¿no es eso?”

- Si, eso es…


“Comprendo.”


Desperté en mi cama, con el cuello y la espalda convertidos en una sola contractura. Con escozor en los ojos, y una sensación de cansancio mayor de la que tenía antes de dormirme. Pero no recordaba cuando me había dormido por última vez. Qué día era.


Me levante dolorida, me vestí y eché a correr por los pasillos, por las escaleras en dirección a la azotea. Y allí estaba la escalera de caracol, con un par de peldaños menos. La subí y me acerqué a la puerta, que estaba un poco más descascarillada de lo que recordaba. La abrí con el mismo esfuerzo, encendí las luces, y abarqué el recorrido del pasillo en menos de tres segundos.


Al final, encontré la misma escena. Pero por un momento había una mujer allí con mi visitante, con mi oscuro pasajero particular, los dos reían estruendosamente, y se dirigían miradas llenas de sentimiento, mientras que fumaban ese tabaco de olor dulce.


Desaparecieron, y yo me senté en el sofá durante unos minutos en los que me asaltaron millones de sensaciones distintas. Pero todavía algo se me escapaba, y no sabría decir qué.


Que alguien me deje salir.

2 comentarios:

  1. Tengo un gran dilema moral...por un lado, me encanta la fuerza que destila lo que escribes. Por otro, sé tan exactamente a lo que te refieres, que me da pánico que estés pasando por eso.

    Te digo lo mismo que a William, no voy a darte consejos...pero yo sólo pude encontrar cuando dejé de buscar.

    Aunque admito que, al menos a mí, me gusta regodearme (aunque sea un poquito) en mis desdichas. Pero ten cuidado, que es peor que una droga...

    Ánimo.

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  2. Eh, un momento! Conoces Oomph!! Acabas de ganar +30 puntos ;)

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