Mis pasos hacen eco
a lo largo de este pentagrama de losas que me marca la dirección
hacia mi guarida. Estiro los entumecidos dedos, me miro las manos, y
lo único que veo es el paso del tiempo, desde que agarraban todo
torpemente hasta que aprendieron a tocar con aprecio. Me duelen los
huesos, y pienso que todavía es pronto. Agarro una piedra y la tiro
al cielo, lo agujereo y se me queja. Miro al mar en silencio, él
solía saber que hacer. Ir y venir, ese era su consejo, la infinitud en
todo su esplendor para siempre. Ahora mismo no está, puedo ver sus
entrañas de piedra y conchas. Estará en otro sitio engatusando a
alguien para que no pueda parar de pensar en él. Envidio ese
talento, siempre tan cerca, siempre tan inabarcable. Eso me recuerda
a algo... Le persigo, como nadie lo ha hecho nunca antes. Mis pies se
arañan con las alimañas marinas. Lo encuentro allá donde el mundo
termina en un precipicio y me pregunta que qué hago allí, que a qué
tanta prisa y tanta necesidad. No sé responder. Hay algo en mi
interior, algo que al parecer recubre todos mis órganos, algo que se
amontona a la altura de los pulmones que me dice que corra hacia el
acantilado del tiempo, donde termina y empieza. Me salgo de sus
pupilas, estoy aturdido. Me meto bajo su piel, donde esconde mi goce
y el secreto de todo, donde me esconde bajo su manto, donde ya no soy
yo. Revuelvo las palabras que cada vez encuentran más difícil
recordar su cometido, su orden. Me deja ser, como el mar, me deja
dejar de ser. Caigo al vacío, todavía en su madriguera. Solo se oye
el característico vibrar de un tímpano en explosión. Estoy en los
espejos, me persigo a sabiendas de que no me oigo, quiero disuadirme
de buscar ese lugar. No me quiero escuchar. El mar se ríe, con furia
lo recojo en un vaso y lo bebo. Deja tras de sí civilizaciones a la
vista, más víctimas enamoradas de su engaño. Me mezo entre las
sábanas, me miro las manos que ya no duelen, ya no son pasadas ni
están frías, ya saben acariciar las olas de piel. Las corrientes se
pican bajo las yemas de mis dedos mojados. La encierro en otro vaso,
mis labios buscan sus bordes, sus costas. Zozobra mi estómago.
Abandono mi barco, a la deriva entre los olores de su noche. Estoy
perdido.
11/10/2012
11/07/2012
Infinito
Me veo en los
ojos de los demás, me reflejo en los colores que enseñan sus
pupilas, e imagino cómo con un pequeño bisturí me convierto en un
clásico y rajo esas imágenes deformes que quiero olvidar. Cierro
los ojos, esperando que los murmullos del viento en realidad sean
llamas que rugen en voz baja para asaltarnos a todos por sorpresa. Si
abro los ojos, sólo en mi interior descubro la vasta llanura libre
que se esconde en algún punto de mi mente, donde se dice que existe
un nuevo país, o quizás al escribirla se haya desordenado esta
frase. Me muevo mientras estoy quieto y tumbado, a salvo de todo, de
todos y sobre todo de mí. En algún momento, el aire, he de suponer,
me acaricia, la conciencia me agarra con sus afiladas uñas y tira de
mis párpados con fuerza, ignorando mis suplicas. Mis ojos, los
reales, se abren.... El resultado es el que imagináis, el mundo
sigue allí. El techo me compadece, lo sé. Él me ha visto y debe
soportarme a diario, pienso que cada día está unos centímetros más
bajo, como el cielo, como toda esta ciudad que únicamente quiere oprimirme
y dejarme sin respiración. Que lo haga de una vez por todas. Piensa
que ganará, pero no sabe que deshacerse de mí es mi ganancia y no
la suya, yo ya hace tiempo que me fui, crucé las puertas. Ahora sólo
pueden ser dueños de mi cuerpo en descomposición lenta, en
decadencia cadenciosa. Yo sigo en la llanura en la que hay nuevos
brotes, no volveré a aceptar nada más que no sea el infinito.
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