11/10/2012

A la deriva


Mis pasos hacen eco a lo largo de este pentagrama de losas que me marca la dirección hacia mi guarida. Estiro los entumecidos dedos, me miro las manos, y lo único que veo es el paso del tiempo, desde que agarraban todo torpemente hasta que aprendieron a tocar con aprecio. Me duelen los huesos, y pienso que todavía es pronto. Agarro una piedra y la tiro al cielo, lo agujereo y se me queja. Miro al mar en silencio, él solía saber que hacer. Ir y venir, ese era su consejo, la infinitud en todo su esplendor para siempre. Ahora mismo no está, puedo ver sus entrañas de piedra y conchas. Estará en otro sitio engatusando a alguien para que no pueda parar de pensar en él. Envidio ese talento, siempre tan cerca, siempre tan inabarcable. Eso me recuerda a algo... Le persigo, como nadie lo ha hecho nunca antes. Mis pies se arañan con las alimañas marinas. Lo encuentro allá donde el mundo termina en un precipicio y me pregunta que qué hago allí, que a qué tanta prisa y tanta necesidad. No sé responder. Hay algo en mi interior, algo que al parecer recubre todos mis órganos, algo que se amontona a la altura de los pulmones que me dice que corra hacia el acantilado del tiempo, donde termina y empieza. Me salgo de sus pupilas, estoy aturdido. Me meto bajo su piel, donde esconde mi goce y el secreto de todo, donde me esconde bajo su manto, donde ya no soy yo. Revuelvo las palabras que cada vez encuentran más difícil recordar su cometido, su orden. Me deja ser, como el mar, me deja dejar de ser. Caigo al vacío, todavía en su madriguera. Solo se oye el característico vibrar de un tímpano en explosión. Estoy en los espejos, me persigo a sabiendas de que no me oigo, quiero disuadirme de buscar ese lugar. No me quiero escuchar. El mar se ríe, con furia lo recojo en un vaso y lo bebo. Deja tras de sí civilizaciones a la vista, más víctimas enamoradas de su engaño. Me mezo entre las sábanas, me miro las manos que ya no duelen, ya no son pasadas ni están frías, ya saben acariciar las olas de piel. Las corrientes se pican bajo las yemas de mis dedos mojados. La encierro en otro vaso, mis labios buscan sus bordes, sus costas. Zozobra mi estómago. Abandono mi barco, a la deriva entre los olores de su noche. Estoy perdido.

11/07/2012

Infinito


Me veo en los ojos de los demás, me reflejo en los colores que enseñan sus pupilas, e imagino cómo con un pequeño bisturí me convierto en un clásico y rajo esas imágenes deformes que quiero olvidar. Cierro los ojos, esperando que los murmullos del viento en realidad sean llamas que rugen en voz baja para asaltarnos a todos por sorpresa. Si abro los ojos, sólo en mi interior descubro la vasta llanura libre que se esconde en algún punto de mi mente, donde se dice que existe un nuevo país, o quizás al escribirla se haya desordenado esta frase. Me muevo mientras estoy quieto y tumbado, a salvo de todo, de todos y sobre todo de mí. En algún momento, el aire, he de suponer, me acaricia, la conciencia me agarra con sus afiladas uñas y tira de mis párpados con fuerza, ignorando mis suplicas. Mis ojos, los reales, se abren.... El resultado es el que imagináis, el mundo sigue allí. El techo me compadece, lo sé. Él me ha visto y debe soportarme a diario, pienso que cada día está unos centímetros más bajo, como el cielo, como toda esta ciudad que únicamente quiere oprimirme y dejarme sin respiración. Que lo haga de una vez por todas. Piensa que ganará, pero no sabe que deshacerse de mí es mi ganancia y no la suya, yo ya hace tiempo que me fui, crucé las puertas. Ahora sólo pueden ser dueños de mi cuerpo en descomposición lenta, en decadencia cadenciosa. Yo sigo en la llanura en la que hay nuevos brotes, no volveré a aceptar nada más que no sea el infinito.