9/24/2010

Y el soñador comprendió ser ensoñación del fantasma que soñaba

Recuerdo la vaga imagen de aquel que un día soñó. Recuerdo como miraba al cielo, no en busca de respuestas, sino en busca de una inspiración que sabía innata pero dormida, a la que nunca sabía llegar salvo en momentos puntuales. A la que recibía sin la menor pregunta, consciente de que la amaba como el primer dia – ¡qué digo!, más que el primer día- en que la vio. Ella llegó susurrante, acercándose sin que el la viera y permaneció justo a su lado, mientras él crecía y se deformaba, o transformaba en lo que le dictaban.

Ella siguió, y le persiguió sigilosamente allá donde iba, por amor a lo que un día descubriera en ella. Un dia ella se mostró pura, desnuda y atrevida, al contrario de lo que le dictaba su ser, solo para que él la viera. Y el la aceptó tal y como vino, como una nueva profecía inesperaba que se desvelaba ante sus ojos. Inocente, pura, aunque solo nueva y cotidiana para sus ojos. Él la trató como una experiencia más de las que viviría a lo largo de sus minutos livianos y poco importantes, y la dejó en un segundo plano, legada a la insignificancia y la inocuidad de cualquier imagen paralela, mientras ella crecía indeformable y orgullosa, renunciando de todo toque que no supiera apreciarla.

Pero llegó el día en el que él echó de menos su apariencia corpórea y solo pudo consolarse con su recuerdo, su recuerdo vago e idealizado.

Su vida transcurrió en un sinvivir de búsqueda del ideal que una vez existió. Preguntó su nombre a los que los conocieron juntos, describió momentos en los que se mezclaban entre palabras creadas por otros, en situaciones que no existían más que en sueños. E incluso era capaz de reconocerla en sonidos que otros escuchaban, y siempre preguntaba ¿No es ella la que ves cuando oyes lo que otros quieren callar cuando dicen lo obvio? ¿Acaso no era ella siempre la que estaba cuando todos y cada uno de ellos llegaban en silencio a casa, y a solas abrazaban todos los pensamientos oscuros que se escondían en las esquinas mal formadas de la habitación? ¿Acaso no era ella todo lo que querían conseguir?

El sonido... Era el sonido lo único que podía consolarlo. Desde que se levantaba, triste y taciturno, triste y mal hablado... triste y silencioso, incapaz de reaccionar ante las ideas preconcebidas de actividad.

¡No se despertar! - Decía. Pero simplemente porque en sus sueños era el único momento en el que ambos se encontraban, y él era capaz de inquirir en el momento en el que ambos se separaron. Y entonces todo era distinto. Y entonces solo estaban ellos dos en medio de una maraña de emociones que aclamaban formar un mundo de dibujos y formas a las que los otros llamaban realidad, y a lo que ellos llamaban tu y yo.

Él lo sabía, tu y yo, mi realidad, la que fue... Que probablemente no existió... solo era cuando él soñaba, ya fuera de noche sin controlar como ella se comportaba, o simplemente cuando el sonido se desarrollaba. Era eso. Ella era música. Ella era sonido. Ella no era realidad. Ella era solo sentimiento y sensación.

Y para que dejar volar algo que no ocurría.

Todos le dijeron que la abandonara, que ella no existía más allá de lo que él creía tener. Que todo lo que componía su ser no era más que una repetición de sí mismo y su aprendizaje.

Pero él la conocía. Cuando la vió nacer la llamó oportunidad... Algo más tarde la llamó inspiración, sueño, amor, irrealidad... Pero siempre tenía el mismo regusto a felicidad que mucho antes. Siempre tenía el mismo regusto a cierto, el mismo regusto, ya digo, a certeza y a veracidad. ¿¡Cómo abandonar lo más cercano y abstracto que tienes!?

La dibujó. La quiso en sueños. La quiso en sonido. La quiso en palabras escritas y en esas que el viento se lleva y que solo recuerdan los que prefieren ridiculizarla. Pero el la supo vívida y se aferró a su presencia difusa.

Él, que ahora soy yo. Que después de mucho tiempo se dió cuenta de que todo lo que era es más parte de lo que somos que ensoñación, seguimos aferrándonos a ella. Pero nos sentimos más cómodos hablando de él.

Él, que la adoraba en las ondas del humo se deshacía en emociones al recordarla en un solo acorde. Se desvivía por su sabor en el tacto de la hierba húmeda. Y se desbordaba en los recuerdos de otros, siempre en silencio, siempre viviendo lo que sabía incierto, lo que sabía inexistente. Siempre, viviendo al borde de lo que le gustaba admirar como la locura.

Y a veces se planteaba si aquellos que eran locos no eran solo los que se rendían ante su ensoñación y preferían vivir felices abrazando su trozo de creación, ignorando lo que evolucionaba por otra parte, solo acariciando lo que estaba al alcance de su mano, y siendo infelices y desatando una emoción y unas reacciones que no eran suyas cuando un acontecimiento declarado como “normal” les asaltaba. ¡No estoy de acuerdo! Gritaban en susurros, acuciando a aquellos que los rodeaban, a que pensaran que su ensoñación se había tornado pesadilla.

¡¡¡Y así había sido!!! ¿Quién había de ser aquel que los despertara de la felicidad perpetua para contarle todos los estereotipos que todos llegamos a adquirir?

Naces, creces, te reproduces y mueres.

Pero no te cuentan que cuando naces no sabes nada y creas un mundo a partir de lo preconcebido. No te cuentan que probablemente todo lo que piensan y te parece absurdo es porque han tenido un contacto con lo reciente que a tí se te hace lejano. No te cuentan que cuando te reproduces todo se reduce al segundo individuo. No te cuentan que cuando mueres, mueres.

Él soñó que mientras soñaba que vivía encontraba otras ensoñaciones que lo guiaban en distinto camino, otras ensoñaciones que se desviaban, y entre ellas estaba ella. Si, era su perdición. Si, ella era una ensoñación del soñador que soñaba. Pero bastaba parar y mirar a su alrededor para pensar que su soñador podía seguirla a donde fuese mientras su cuerpo padecía el sufrimiento etéreo del vivir.

Él a veces paraba en blanco, preguntándose de que servía el seguir si no iba a ser recordado como Ella. Si no iba a ser otro de los que empujaran al mundo de la ensoñación a trascender por encima del mundo terrenal. Y se entristecía. Él, el hombre del orgullo y la compasión, del entendimiento y la creación, pensaba... cavilaba y admiraba durante horas, mientras la luz otoñal creaba cuatros recien salidos del pincel de Caravaggio en un presente ajeno a su presencia. Y solo quería ser él, quería ser un nombre en la memoria de otro fantasma que soñara una ensoñación. Solo quería ser piedra angular, ser pilar maestro, ser contrafuerte, ser muro románico, ser una década, ser un siglo, un acontecimiento, un significante de una y tantas palabras de las que a diario manejaba.

Él quería ser significado y lucir en las mentes de aquellos que diseñaban, quería ser diseño en la mente de aquellos que admiraban, quería ser admiración en la mente de aquellos que presenciaban el naciemiento de una nueva idea.

¡Quería ser idea! ¿Pero cómo ser idea cuando se es ensoñación de otros muchos?