12/26/2009

Mi tiempo

“Hace tiempo que me escapo cuando nadie me ve, demasiado ya como para recordar cuanto. Muchas veces me he visto ante las puertas de la percepción, intentando pasar más allá, más allá de donde nadie ve. A veces sigo intentando descubrir como abrir las puertas, otras se exactamente como hacerlo, pero tengo miedo de cruzar y no querer volver.
Incontables momentos han pasado mientras miraba sus goznes plateados y sus inscripciones serpenteantes que flanquean el paso hacia un mundo de libertad.”


- ¿Entiendes de qué se habla aquí?

- No. Tu sabes que no me gustan estos textos emotivos llenos de segundas y connotaciones y todas esas florituras que a ti te encantan.

- Creo que habla de soñar despierto, de eso y de nunca llevar a cabo ese sueño, porque a veces solo se pretende alargar la ilusión de algo que se desea pero nunca va a cumplirse. Si, es que sueño mucho despierta. A veces estoy en un pasado remoto, y veo las cosas desde la perspectiva del héroe, oigo los pensamientos de todos aquellos que están ahí para admirar, y para compartir todo aquello que pueda ser compartido. Otras soy parte de la masa, y siento de nuevo esa ola de sentimientos a tan ligados al observador. Otras veces soy una niña de nuevo, y juego y experimento con cosas que he vivido una y mil veces, pero recuerdo la sensación de novedad y peligro, vivo y deseo lo prohibido. También a veces soy madre y desempeño el papel de aquel que quiere enseñar a oídos vírgenes lo que adora. Y Por supuesto, llega el momento en el que soy una persona cansada, nostálgica, que revive momentos que aún están por llegar. Soy atemporal. Soy solo un saco de piel que dormita despierto sentado en una silla de mimbre, mirando las historias que esconde el viento entre los árboles.

- ¿No crees que sueñas demasiado? - Ella soltó una de esas risotadas que anteceden a la condescendencia.-

- Ah, mi niño. ¿A caso no es todo lo que tenemos? Soñar mientras vivimos. ¿Qué sería del sueño sin las vidas que lo vivieron, y de esas vidas si no lo hubieran soñado antes?

- Si, estoy de acuerdo, pero no creo que se deba dejar pasar todo solo soñando. A veces hay que actuar. No creo que ahí sentada mirando a tu jardín con ojitos de cordero, con la pose de una oveja descarriada y el sentimiento de necesidad se pueda arreglar nada.

- No hay nada que arreglar. Solo estoy dejando que el tiempo vuelva a coordinarse conmigo, quiero que volvamos a ser uno.

- Eso no tiene sentido, el tiempo no es un ente. El tiempo no existe como tal, solo estas tu y lo que quieras hacer con lo que te queda de vida. Es lo que haces con el. Las horas, los minutos y segundos pueden ser cortos o alargarse durante décadas. Los siglos parecen un abrir y cerrar de ojos una vez han pasado.

- Tienes razón, pero no hay nada que yo pueda hacer. Puedo seguir leyendo. - Volvió a soltar una risotada al ver mi reacción al pensar que seguiría durante horas leyéndome ese libro abstracto que había sacado de un mercadillo. - ¿De qué quieres que hablemos? - Odiaba cuando cambiaba de tema por verse sin argumentos, yo quería seguir y que realmente entendiera de que le hablaba, pero ella se había dado por vencida y había aceptado, no podía hacer nada en contra.

- No lo se, pero quisiera que dejáramos el juego del niño y la señora. Eres menor que yo, deberías dejar de mirar al mundo desde arriba, en busca de otro significado más del que hay.

- Lo siento, amor. No está en mi elegir lo que los hombres buscan, ni si pueden encontrarlo. Unos van detrás de un Dios, otros detrás de un equilibrio cósmico. Y yo solo quiero poder seguir disfrutando, poder conservar estos sueños que demasiadas veces desaparecen de mi mente. ¿ Sabes cuál es el único momento en el que realmente me siento mal? ¿ Quieres saberlo? Eso es lo que buscabas, la debilidad en mi pose altiva. Pues te lo diré, solo sufro cuando no sueño. Cuando me siento horas en un lugar y no encuentro distracción. Cuando miro un punto en el infinito y no soy capaz de imaginarme en la piel de otras personas que son yo. Ese es mi único temor, volver a todos los miedos infantiles que me hacían pensar que no había futuro, que el resto de mi vida sería una sucesión de grises desgracias que tendría que tragar con un poco de agua enfangada.

- ¿Ya está? - Era increíble lo complicado que podía hacer parecer algo simple, y que a la vez fuera capaz de quitarle peso a todo lo que parecía tremendo.

- Es más de lo que yo misma puedo entender. Es solo eso. Es el miedo al vacío y a las páginas en blanco. Es muchísimo más común de lo que puedas pensar.

- No se. Sabes que tu y yo somos muy diferentes. A mi me gusta vivir con los pies en la tierra, y mirar al futuro sabiendo que de una manera u otra lograré cambiarlo, porque ya lo estoy haciendo, moviéndome y participando, haciendo todos los arreglos que sean necesarios. Me iré de aquí con la certeza de haber hecho algo bueno por muchos. Y tu solo seguirás “dormitando despierta”, perdida en mundos inexistentes, viviendo de la fantasía. Yo no busco un Dios, porque creo en mi.

- Si, quizás tengas razón. Pero también vivo mientras sueño, mira un poco más allá de tu nariz y de lo que piensas. No pienso cambiar nada de lo que soy. Soy una ilusa, soy una niña, y voy a conservarlo todo el tiempo que sea posible. Tu tienes tu realidad, y yo tengo la mía. Si no te gusta, puedes caminar hacia esa puerta y volver a entrar en la casa, yo me quedaré en mi jardín.

Nunca pude soportar su terquedad y su impertinencia, siempre con su risa socarrona y su actitud despreocupada. También es verdad, que muchas veces intenté tirar abajo todo lo que no me gustaba de ella, y vi mi error. No puede cambiarse la naturaleza de nadie, así como no puede arrancarse una fantasía de la mente de otro. Creo que eso fue una de las cosas que aprendí de ella. Yo la quise más de lo que he podido querer a nadie, incluso sabiendo que nunca entendería su manera de ser, y nunca sería como yo. Todos soñamos a cierta escala, algunos con cosas vanas, cosas terrenales, cosas superficiales. Otros con el cambio, con la mejora y el bien de la comunidad. Y otros como ella, solo saben soñar con lo irrealizable mientras viven. Siempre al acecho de algo que nunca será cierto, como una fianza que les será retribuida el día de su muerte, como decía el párrafo del que se convirtió en su libro favorito.

Así el día de su último suspiro, recordamos la escena de aquella película, en la que el hijo relataba a su padre cómo era su final. De igual manera, yo le conté todos los sueños que había realizado a lo largo de su vida, mientras soñaba con otras cosas. La vi sonreír al darse cuenta de todas aquellas personas que había sido, la trabajadora y la ociosa, la sufridora y la vividora, la indecisa y la terca, la inocente y la pícara, la dañina y protectora, la aprensiva, la espectadora, la madre, la hija, la heroína y la villana. Según sus palabras, todos esos papeles en un solo personaje, conformaban la obra más cuidada y complicada que jamás se podría escribir, y así terminó el más vívido de sus sueños.

Quimera

Busqué sin querelo la falta de compañía, entre las sombras de la noche, y los silbidos del viento. Buscaba sin querelo, vagaba automáticamente, dejando que el peso de mi torso cayera sobre las piernas, haciendo que estas se movieran, por simple inercia, no por otra cosa, no porque ellas, ni yo quisiéramos, solo porque sabía que estaba escrito.

Si me hubieran preguntado qué era aquello que estaba escrito, hubiera respondido, simplemente, que la búsqueda de compañía, tan innata, tan intrínseca en esta condición humana que nos ha tocado vivir. Lo simple de mis estructuras se veía siempre empañado por una compleja retícula de pensamientos. Siempre los culpaba a ellos, y a nadie más. Siempre culpaba a todos los demás, y no a mi. Dudo que la palabra siempre pueda servir para mi en ningún caso...

Y ahí vagaba, como todos esos días en los que las voces que resuenan tan fuerte me arrastran hacia dentro de mi cabeza y puedo notar como entre yo y mi cuerpo existe una división completamente clara. Mirar no es mirar, sino asomarse por un par de ventanas vítreas que se entrecierran al ritmo de mi apatía, esperando a ser elevadas por algo especial. El problema es que ellas no saben a que atender, por lo que se decantan por mirar las imperfecciones en el suelo de grava, el suelo de loza, el suelo enlodado de mármol...

La calle parece estar demasiado llena, hay demasiada gente, demasiadas motitas de polvo en el ambiente, demasiada luz, demasiada oscuridad, demasiado humo, demasiados pretextos para dejar de estar en un lugar y no sentirse cómodo en otro. Es el problema de no encontrar el problema.
Es el problema de rechazar el humo que intenta expandirse dentro de tus tripas, es... ¿culpa del tiempo?

Todos sabemos de quien es la culpa, la culpa es de la quimera que asoma a veces por las ventanas, la que me persigue a todos lados. Es culpa de la nostalgia y de la música. Es culpa de todo aquello que debe ser eliminado y que lucha por quedarse, es culpa de la enredadera de mi jardín, la que impide respirar a las rosas, y se pincha intentando asfixiarlas. No es culpa de nadie.

Cuán grande llega a ser mi confusión cuando me encuentro con mi quimera y le pregunto cuál es el motivo de su visita, a lo que ella responde que le apetecía romper mi calma, que las personas con una apariencia tan sosegada deben ser perturbadas y hacer uso de todos aquellos sentimientos humanos que rechazan.

Cuánto mayor se vuelve cuando otros intentan que explique su presencia y me encuentro desarmada y sin explicaciones. Solo puedo gritar “¡No lo se! Yo no quería que viniera, no la he llamado. No tiene razones para perseguirme.” Así que sigo vagando por las calles, subida al vehículo de las ideas mientras gota a gota noto como mi piel se enfría y el mundo despierta. Y espero, espero que al ignorar su presencia, el mito que llevo a cuestas decida volver a su cueva.

12/01/2009

Los discípulos de dionisos

Puedo oír de nuevo los pasos del verdugo bajando las escaleras en dirección al calabozo. La incertidumbre puede conmigo. Siempre se libra una guerra, y el campo de batalla es mi mente.

Puedo oír los gritos que han sonado otras veces, el aullar desconsolado de aquellos a los que arrastran por las escaleras, y las risas compartidas de aquellos que los condenan.

No puedo pensar siquiera.

Solo siento como mi estomago tiembla y mi cuerpo se retuerce, o quizás sea al revés. Yo solo quería escribir sobre la realidad que nos acecha, sobre como la iglesia nos manipula y los cerdos a los que cariñosamente han decidido denominar “mis congeneres” se dejan llevar por los designios de un Dios todopoderoso que los arrastra a un mundo de incertezas, donde nada de lo que hagan será correcto. Todo es una gran mentira, porque ante el miedo esconden su naturaleza y la convierten en algo perverso y retorcido. Yo quisiera ser natural y poder expresar mi sexualidad y pensamiento a los cuatro vientos, pero me llaman discípulo de Satán.

Desde niño siempre me discriminaron por no entender todo aquello que consideraban un axioma, un pilar que sostenía toda existencia, tan verdadera para mi como falsa, porque ninguna de las líneas que separaban opuestos eran tan nítidas para mi.


10/31/2009

Solo un desvarío...

¿Quién robó mi inspiración y el sentido de las cosas?





A veces veo completamente incorrecto el camino que llevo. No encuentro sentido a las cosas que hago, y no veo razón por la cual tenga la necesidad de cubrir ciertos deseos, o vicios, según se quiera mirar. A veces ciertamente me planteo si todo lo que es, debe ser porque durante tanto tiempo haya sido. Es una pena no poder dejar de cuestionarme absolutamente todos y cada uno de mis pasos, observando lo que me rodea y valorando si un cambio haría que las voces de mi cabeza dejaran de resonar.


Cuestionarse las normas, lo establecido, lo escrito y hecho, y lo que todavía está por venir, pero que a la vez sonará usado y manoseado por otras personas que,claramente, no son yo dicen que es una cualidad que tiene todo joven, la de pelear en contra de una norma y en contra de acatar órdenes que no son dictadas por ellos mismos.


Hablo ahora del valor infravalorado de la inconsciencia, esa cualidad que muchos de nosotros, o quizás pocos perdemos cuando nos enfrentamos a lo que llaman “el mundo real”, “la realidad”, “el destino”,”la utilidad”, “la sociedad”. ¿Y qué es la sociedad al fin y al cabo, sino un tumulto lleno de miedo intentando que este se disipe mediante normas? La mejor manera de controlar el miedo es estableciéndolas. La mejor manera de huir de los monstruos es dominando el caos, encerrándolo en pequeñas cajitas, forzándolo así a no parecer más que una ilusión. Y lo peor de perder la inconsciencia es poder ver lo triste y cuadriculada que resulta la situación.


Me entristece pensar que alguna vez perderé esta clase de idealismo que he adquirido en poco tiempo, y que quizás si dejo que este mundo “real” me fagocite transformándome en uno de sus pequeños engranajes, olvide los sentimientos a los que ahora me aferro, los de familia y comunidad, esos en los que proteges al prójimo porque sabes que estás seguro junto a el, y que el hará lo mismo por ti. Los sentimientos que parecen tan correctos y parecen ser los realmente importantes.


Es por eso quizás también, que me guste vivir en este subgrupo de personas que tanto se confunde con una moda pasajera. No estoy en el por la atención, ni por reivindicar que me siento distinta. Es porque me aporta la sensación de paz y seguridad que nos es necesaria, porque se que todos nos sentimos parte de un todo, y nos protegemos mutuamente. Si, se reduce a encontrar ese pequeño grupo de personas en el que te sientes seguro, y cada uno encuentra lo que está buscando, pero igualmente, nadie puede deshacerse de la sensación de soledad, porque a todos nos ha quedado claro, que en realidad, siempre estaremos solos. Es físicamente imposible que alguien entre en nuestra cabeza y pueda ver nuestro mundo interior, como es imposible describir a un extraño cómo es ese mundo. En ocasiones diremos que ordenado y pacífico, seguro; otras veces simplemente lo reduciremos a una maraña de inseguridades que rueda a sus anchas conquistando cada milímetro de nuestra psique en pos de sumirlo todo en el caos. Porqué ocurre y como se frena nadie lo sabe. Me siento mejor pensando que las hormonas son las culpables de todo, es decir, que la biología a veces atenta contra nosotros dejándonos indefensos y llenos de dudas. Pero entonces recuerdo esas sensaciones que tiran de nosotros como hilos invisibles y nos levantan diciéndonos que la soledad no es más que una invención. No dura para siempre, y nunca es absoluta. Debemos diferenciar soledad de individualismo, nadie quiere ser leído a la perfección, porque siempre llegarán cosas que preferiremos esconder.


Me siento mejor en los días en los que decido no huir, y atesoro aquellas cosas que tengo, aunque sienta pánico al pensar que otras se me van de las manos. En estos momentos creo incluso que puedo llegar a aprender a vivir con todas esas mentiras aprendidas, las retocadas, las propias o las ajenas; con los nuevos planteamientos que ponen cabeza abajo todo lo dado por válido con anterioridad. E incluso me parece una gran aventura aprender a tamizar aquello verdaderamente trascendental de lo diametralmente opuesto. En estos días necesito la compañía de la oscuridad y la soledad plena, como un descanso, como mi lugar pacífico, sin embargo no lo quiero para quedarme dentro de él para siempre y escapar, como aquellos días en los que acojo al maldito arrepentimiento entre las paredes de mi hogar, en este caso se convierte en un puente hacia el resto de mis días, solo en mi pequeño nirvana en el que creo estar encontrando la claridad mental y la senda que deseo labrar.

A veces veo completamente incorrecto el camino que llevo, pero consigo obviar esa sensación recordando que nadie tiene razón. Que las normas que están dispuestas no son las mías, que yo acabo de llegar y al mundo me lo encontré jodido. Podría seguir culpando a la juventud por este idealismo, o podría hacer como todos y abrazarlo, y crear mis propias normas, según las cuales viviré y enseñaré sin duda a una generación posterior. El mundo no cambiará mañana, no puedo cambiarlo yo, sin embargo me conformaré con adueñarme de parte de él y crear mi anarquía metafórica, por pequeño alcance que tenga.


9/21/2009

El Salón de Terciopelo

Conduje aquella noche fuera de los límites de la ciudad, en busca de la paz mental que tanto necesitaba un nuevo día gris otoñal. Las cosas que durante un largo tiempo durmieron, parecían despertar sin que yo pudiera aportarles la suficiente paz como para que volvieran a su perpetuo letargo. Las cosas nunca querían seguir los patrones que yo trazaba en mi mente, y como consecuencia, empujaban el primero de los bloques de construcción que componen mi cordura y los dejaban caer a todos como un maremoto que destroza ciudades a su paso. Ningún pensamiento lógico sigue vivo después de su caída, y yo siento que ni siquiera puedo hablar.

Ahí estaba la carretera, vacía y con aspecto desolador. Las luces eran lo bastante largas como para mostrar tres líneas discontinuas que formaban una sola con la velocidad (como en toda carretera ocurre) no tenía nada de especial, solo un pequeño tinte de nublada distorsión por haber cogido el coche ebrio. Es una sensación distinta, es un control descontrolado, es un sentimiento de paz y miedo, simplemente siento como si yo fuera un espectador encerrado dentro de un maniquí de piel y pelo largo. El hace, y yo pienso. Pero cuando hay alcohol de por medio, ninguno se responsabiliza de nada. El alcohol me trajo dentro de este problema supongo, y así quiero también salir de el, se pueda o no hacer.

Sigo en la carretera y no hay ningún coche que pase a mi lado. La noche solo podría ser más solitaria si la carretera fuera completamente tragada por la oscuridad que escupe señales de desvíos inesperados. Fue con uno de estos desvíos con lo que cambió la manera en la que mi noche se desarrollaría. El desvío llevaba a un puente con aspecto de antiguo, sobre un riachuelo que, probablemente en otra vida, fue río. Crucé el puente solo por el gusto de la aventura y por el terrible y catastrófico miedo de volver a mi casa y a mi vida llena de dudas y agujeros.

El “Salón de Terciopelo” tenía pinta de casa de citas destartalada y vieja. Era una mansión rosa provista de un patio interior desde el que asomaban ventanas tras el balcón rectangular. No sabría decir si sería mejor describirla como una casa señorial o como alguna que hubiera visto en una película de piratas. Parecía que una vez cruzases sus puertas encontrarías a señoras de 60 años recibiendo tu visita con una gran sonrisa llena de piel colgante y plegada. Me sacudí la imagen de la cabeza tan pronto como las señoras comenzaron a desvestirse en señal de agradecimiento ante mi acto desinteresado. No quería para nada ver eso y tener que superar otro trauma. Aunque los muros estuviesen tan ennegrecidos por las esquinas de la pared rosa que pareciesen calcinados, y las ventanas sostuvieran más polvo del que se puede acumular en un par de años, el cartel de neón todavía encendido y una música acorde totalmente a mi gusto, me invitaron a entrar y sentirme cómodo, fuera como fuese el local por dentro.

Sorprendentemente, al abrir las dos puertas oscilantes de cristal, encontré un lugar que podría haber sido sacado de mis sueños más profundos, no quizás por el aspecto, pero si por el ambiente y la sensación de calidez que me recibieron. La sala era grande y bastante oscura, mi música sonaba en una gramola de las que no pueden faltar en un antro de los que me gustan, y las chicas que se encontraban allí parecían deseosas de tener algún contacto conmigo. Por supuesto alcancé a parar la crecida y el consecuente desbordamiento de mi emoción al poder tener un momento de intimidad y cercanía con cualquiera de esas bellezas, recordando que todas ellas eran profesionales y mantenían una pose que incluía el interés.

Mi camino a la barra fue lento, he de decir que desde fuera hubiera pensado que el lugar sería más pequeño, tenía unos techos exageradamente altos, y de algunas columnas colgaban telas de dosel y terciopelo. ¡Ah si!, en cuanto entré comprendí de dónde venía el nombre del local; además de las telas que caían sin más razón que la mera decoración, los divanes y las camas/sofá estaban todos recubiertos de esa suave tela que invita al tacto a corretear al gusto. También las ropas de las chicas estaban forradas de suavidad, he de decir que me pareció algo totalmente sugerente, y más con el par de copas que me había tomado en la soledad de mi cuarto de estar. Sin embargo dentro de mí pujaba otra sensación que me impedía tocar a cualquier mujer en esos momentos, y menos a alguna que no fuese mas que a ofrecerme un cariño vacío de significado.

Mi honor y mi necesidad de sentir que todavía era capaz de mantener mis promesas, y que, más que eso, era capaz de mantenerlas por encima de mis impulsos, me hicieron entrar en aquel lugar en busca de paliar una necesidad física, aumentada a través de mi catalizador enemigo, y a la vez decidir que solo me sentaría en algún lugar y mantendría una charla con una psicóloga improvisada de media noche.

- Hola extraño ¿Quieres compartir esa soledad y esa copa conmigo?

Alcé la mirada y encontré ante mi una mujer de esas de las que dan miedo, alta y llena de curvas de las que quitan el hipo, y con unos ojos de los que parecen poder ver más allá de todo lo que quieres esconder. Esta sería la jueza que condenaría si todo lo que me rondaba la cabeza tenía razón de ser, o por el contrario estaría yo en lo cierto y simplemente mi debilidad me conducía sin que pudiera remediarlo al fin de todo lo lógico.

- Si, la verdad es que me gustaría. No vengo a tener nada más que una charla, pero si quieres puedo darte algo de dinero.


- Bueno, podría hacer como que rechazo tu dinero porque no creo que la sola compañía humana deba ser pagada, pero entonces creo que estaría siendo extremadamente hipócrita. ¿No crees?


- Si, lo comprendo totalmente. Aquí tienes. ¿Cómo te llamas?


- Me llamo Cintia, o al menos aquí me llaman así. Si no te importa, preferiría que no me dijeras tu nombre. Una cara con un nombre es mucho más difícil de olvidar.


- Está bien, no quiero que nos convirtamos en amigos, es más, lo único que quiero es compañía de gente que no me conozca.


- Y ¿puedo saber por qué es eso así?


- Claro, es simple. Cuando conoces a una persona, primero ves su físico y te aporta una sensación, después de un tiempo digamos que la conoces más o menos por dentro, y eso te aporta otra. Pongamos que te gusta como es en ambos aspectos, pues cuando pasa demasiado tiempo ya no puedes esconder nada de ti hacia todos esos que te conocen, sobre todo si eres una persona que no cree que deba esconder nada. Y una mañana te levantas y te das cuenta de que no quieres compartir ciertas cosas que compartes demasiado a menudo y te ves envuelto en una espiral de autocrítica, autocompasión, autocondescendencia, y una cosa lleva a la otra, y te ves a ti mismo nadando en el arrepentimiento. Y lo peor de todo es que no puedes contar esto a nadie porque eres una de esas personas que piensan que los sentimientos están bien allá donde se originan. En tu cabeza.


- Vaya, podría decir mucho sobre eso, pero algo me dice que solo necesitas soltarlo todo, y que quizás si contesto, mañana cuando te levantes con dolor de cabeza y el hígado tremendamente hinchado creas aún más en tus palabras y te retraigas. Deberías parar de beber.


- Si, lo se. Debería dejar de beber, pero estoy acostumbrado a hacerlo. Desde que era pequeño lo hacía todos los fines de semana, y ahora no se deshacerme del maldito alcohol.


- No me refería a para siempre, aunque después de lo que me has dicho puede que si debieras dejarlo durante un tiempo al menos. Decía ahora.


- No quiero dejar de beber ahora, todavía no tengo sueño, y tengo suficiente dinero para ahogarme en ron.


- Está bien. Te traeré otra copa entonces.

La noche siguió pasando mientras Ignacio observaba a las chicas y su continuo fluir en su intento por evitar la muerte por aburrimiento ya que esa noche la clientela parecía haber decidido hacer huelga y no aparecer ni para excusarse. Echó de menos sus cuadernos, su ordenador y su estudio durante un segundo de lucidez, en el que pensó que quizás debiera descargar su frustración más a menudo con la escritura y la creación que con la bebida, porque si a sus pocos años de vida pretendía solucionar las cosas atracando destilerías, no sería nada mucho mejor dentro de unos años. Un libro parecía ser un mejor producto que un cáncer.

Por supuesto llegó la hora también de acordarse de ella. Del corazón pútrido de su mezcla de tristeza y rechazo. Suya era la culpa de que el no consiguiera volver a tener un contacto despreocupado con una mujer, sin tener que sufrir las consecuencias de la vocecilla que no dejaba de sonar en su cabeza, y que se había acostumbrado a la ilusión de un cariño que no existiría. ¿Es esto estúpido? Si le preguntaras a Ignacio, te diría que si. Todo aquello que pensaba en referencia a ella le parecía ridículo porque los sentimientos que ella podría haber tenido una vez por el no existían ya.

Su mayor problema era deshacerse de la ilusión que durante un corto pero intenso tiempo le había llevado a plantearse millones de cambios en su vida, que le harían ser un hombre mejor, y que conseguiría gracias a ella. Dejaría de beber, porque ella no lo hacía. Dejaría de fumar (cosa que llegó a hacer), porque a ella no le gustaba. Cambiaría sus hábitos de animal nocturno, rellenando las horas de luz con otras actividades. Y pensó que ese camino era el que le correspondía y el que le llevaría a encontrar la paz mental. Pero nada de lo que le rodeaba cambió. Ella, siendo una chica que prefería vivir bajo sus propias normas y no creía en las actividades de la sociedad como estaba planteada, también conservaba muchos sentimientos nobles y para nada tan cambiantes como los de el. Era una persona estable y decidida a la que el dio de lado cuando ella decidió arriesgarse y apostarlo todo por el. La decepcionó, de la manera en la que solo las grandes emociones pueden, hirió su orgullo y traicionó su confianza, lo que hizo que entre los dos se agrandara el muro de protección que tenía construido.

Un tiempo después de que Ignacio decidiera que lo que pudiera pasar con ella no podía realmente existir por lo diferentes que eran y lo exageradamente separados que estaban sus mundos, comenzó a darse cuenta de que el hecho de haber vivido en un mundo y haberse acostumbrado a el, no era necesariamente una razón que le hiciera pertenecer allí. Y se preguntó si su mundo no podría cambiar con una pequeña ayuda. Ya que este mundo a veces se veía sacudido por arrebatos incontrolables y cosas que preferiría simplemente no ver o experimentar, pensó que quizás ella, a la que descubrió que echaba tremendamente de menos, lo podría guiar hacia las nuevas tierras.

Por supuesto una traición y una herida en el orgullo no se curan tan fácilmente como pueda parecer. El intentó poner su sonrisa más encantadora e interesarse (sin tener que fingir) en todo lo que ella le pudiese ofrecer, y ella simplemente tendió su mano hacia ese extraño al que había expulsado tiempo ha de su vida, manteniendo la distancia de seguridad. No bastó con aquellos días en los que le pareció que sus defensas se rompían. Siguió concentrada en su música e ignoró la confesión que el aprendiz de escritor le hizo, y decidió mirar a otro lado con la promesa de no cambiar la amistad que habían vuelto a engendrar.

Por supuesto, es más fácil fabricar promesas que cumplirlas, y la amistad que incitaba a caminar por el lado luminoso de las cosas al chico arrepentido, volvió al cementerio tan rápido como vino, viéndose solo a su zombie caminar alguna que otra noche llevando una conversación trivial entre sus manos.

Ahí estaba, con los pensamientos cada vez menos nítidos y con cadenas de palabras unidas por una leve coherencia, cada vez menos coherente, cuando se quedó completamente dormido. La realidad era que el chico, era una persona como otra cualquiera, y tenía el mismo miedo a lo que no sabía, el mismo que cualquiera pudiera tener, sumado a una enorme necesidad de vaciar su cabeza de pensamientos y acallar las voces de castigo y rechazo. La vida, o la sutil influencia que su “ella” había ejercido sobre el, le había llevado a apreciar todos y cada uno de sus gustos, y había hecho despertar en el, una admiración que en su momento pensaba que no merecía, simplemente porque era diferente a todos aquellos cánones que marcaban la vida que el había decidido vivir y en la cual deseaba destacar.

Le echaba la culpa a menudo a la maldita juventud, y a todas las dudas que conllevaba la misma. Y sentía miedo por si no fuera la juventud sino su propia forma de ser, la que fuera a mantener todas las dudas vivas durante el resto de su vida. Esperaba que esto no fuera más que una fase, mientras comprobaba que la promesa de fidelidad que había crecido sin que el quisiera dentro de su pecho le impedía sentirse incómodo con sus viejas costumbres, y estas incluían las desventuras de madrugada en camas ajenas. Pensar en ella le había hecho volver a todos aquellos sentimientos que tenía de niño, que más tarde había considerado absurdos, y que ahora atesoraba como la mejor de las direcciones que se deben tomar. El había tenido razón durante todo el tiempo, pero había preferido pararse a observar los caminos más oscuros y a abrazar los sentimientos más tristes. La juventud de nuevo, que había llamado a su puerta trayéndole los regalos equivocados, y el no había esperado a una segunda cesta, simplemente los había recibido en su casa y sus textos mientras separaba su vida exterior de la interior. Maldita era la separación entre una y otra, y la imposibilidad de terminar con los excesos que ya consideraba que debían terminar. Pensaba que ya tenía derecho oficial a ponerle nombre a sus sentimientos, sus pensamientos y tenía bastante poder como para agarrar el control entre sus manos y no dejarlo escapar.

Todo esto pensaba un día después de no haber vencido a la rutina y haber vuelto a beber hasta caer rendido en la cama, y lo pensaba también mientras analizaba sus errores. Y lo pensaba mientras juzgaba estúpidos todos sus pensamientos. Solo tenía ganas de parar durante un tiempo. De encontrar un lugar secreto donde pudiera estar solo, completamente solo y encontrarse tranquilo, con una sensación de calidez, y en paz de nuevo.

Despertó sin saber la hora ni el lugar en el que se encontraba, solo sabía que la habitación no era la suya y que había poca luz, o más bien ninguna. En la oscuridad escudriñó su mente en busca de un recuerdo de cómo había llegado hacia dónde, para darse cuenta de que simplemente no lo tenía, creía ver la imagen de un pasillo lleno de puertas y una cama con dosel, podía ser cierto, o podía ser su imaginación hiperactiva que había relacionado las telas que caían sobre la cama con una probable teoría de cómo había llegado allí. Lo que le consolaba era ver que estaba solo y no debía preocuparse de fabricar disculpas para quien pudiera haberse acostado con el o a su lado. Dentro de esa habitación, el tiempo parecía no tener importancia, y tampoco el sonido. No sabía si era muy tarde, o muy temprano, pero de cualquier forma, no parecía haber actividad a su alrededor. Era un rincón pacífico, y se planteó si podría alargar su estancia en el. Quizás pudiera alquilar una habitación en su hotel improvisado y vivir allí, aunque también se planteó cómo deshacerse de su morada de estudiante, y cómo mantenerse en un lugar que no estaba hecho para albergar visitantes durante más de una hora con una beca de estudios.

Algo le llamó la atención mientras daba vueltas en la cama procrastinando el momento en el que debiera levantarse (y buscar sus pantalones por cierto). Por fin sus sentidos se estaban también despertando, y le dijeron que en aquel lugar había una condensación de polvo mayor de la que correspondía. ¿Dónde demonios le habían metido? ¿Estaba a caso en el trastero de la casa de citas? Se levantó andando a tientas por la habitación y encontró un pomo redondo con relieves, lo giró y abrió la puerta, encontrando el pasillo que daba al patio, y un edificio completamente derruido, incluso más que como recordaba haberlo visto por la noche. Había mordiscos en las paredes, y agujeros, matas salvajes en el patio, y un coche abandonado y lleno de óxido. Fue hacia el salón y encontró las telas comidas por las polillas, y los divanes con un aspecto poco sugerente, la barra llena de polvo, y el suelo cubierto también por tiempo y abandono. Esa no era la casa a la que había llegado esa noche.

Subió al coche con el ceño fruncido y la incomprensión pintada en la mirada. Su sueño de haber encontrado un lugar donde esconderse había sido el más vívido que nunca había tenido. Supuso que en realidad cuando subió al coche estaba mucho más afectado por la bebida de lo que pensaba, y al vagar por los salones y los pasillos su mente había ido recogiendo detalles que más tarde compusieron el mejor de los sueños jamás descritos por nadie.

En su camino a casa, y todavía con la sensación de necesitar dormir todo otro día, decidió convertir esa casa en su particular nido de pensamiento, y su nuevo albergue para la creación. Sería el escondite que siempre había querido, aunque hubiera preferido conservar la suavidad a y a las insinuantes muchachas.

8/15/2009

6/05/2009

En el sonido 4

Luis ha vuelto a bajar a la clínica, no quería, pero le he obligado. Todo el mundo tiene que trabajar aunque no quiera, es parte de eso de ser un miembro útil para la sociedad. Es lo que queremos todos, o al menos, lo que se supone que queremos; un engranaje perfecto que no chirríe y nunca pare, un reloj que solo avance y nunca se atrase. Yo, por suerte tengo a María para que me sustituya en el trabajo. María es la chica que permite que yo siga sintiéndome como una muchachita de facultad (cosa que tampoco hace tanto tiempo que dejé de ser), todavía levantándome a horas tardías en comparación con el resto del mundo. Ella abre la tienda todas las mañanas, y cumple su turno con la mayor responsabilidad y perfección, es una mujer decidida y ordenada, tiene todas esas cualidades que yo solo vislumbro de lejos en mi. Le he dicho a Luis que la llamaría para que me cubriese también por la tarde, y el me ha aconsejado que lo haga durante al menos toda una semana para que intentemos trabajar para intentar que lo que ha pasado, no vuelva a pasar nunca.

Admiro la fortaleza de este hombre, es como si tuviera la voluntad de un misionero. Es altruista, como si esa palabra existiera realmente según la etimología popular. Una persona que se sacrifica a si mismo por el bien de los demás no puede entrar en mi cabeza después de que reverberen en mis oídos las palabras de Hobbes, “El hombre es un lobo para el hombre…” Y menos ahora que el mundo me ha enseñado su cara más cruda, fétida, pútrida y desagradable. Sin embargo, hay veces que entre las cenizas pareces encontrar un brote al que, sin duda, cuando crezca te podrás agarrar. Es el caso de Luis, el quiere ayudarme, y aunque eso implique meterle en lugares que nunca debería ver, me siento débil y asustadiza, pequeña e indefensa, y necesito poder agarrarme a algo. Lo siento, me disculpo ante la oscuridad de su sino.

Llevo tan solo unas horas sentada en este sofá blanco, con las piernas cruzadas y los brazos igual, con la tele encendida, la cabeza ladeada y la mirada perdida en los gestos de presentadores y contertulios que hablan de nimiedades varias. Odio la televisión, pero nunca lo recuerdo. Solo encuentro diversión en las series, pequeños retazos de imaginación animada. Todo capítulo con su desenlace, todo héroe alcanza su destino, todo mártir deja de sufrir. Salto de un pensamiento trivial a otro, apartando agrios pensamientos. ¿Cómo mantendrá Luis blanco este sofá?, con este color tan claro debe resultar difícil que la suciedad no se pegue… y cosas así, he recorrido también toda la habitación leyendo los títulos de libros y películas, ojeando revistas por encima, admirando la doble faceta de este curioso personaje.

Tengo sueño, y me dirijo a la habitación que se me ha designado. Otra habitación blanca, esta casa tiene una atmósfera tan distinta a la mía. Es una casa pulcra y ordenada, una casa que más parece una clínica, todo reluce, todo huele a orden y limpieza. Me tumbo en la cama azul marino y cierro la puerta de la habitación con pestillo, bajo las persianas e intento cerrar los ojos y descansar. Me escuecen, debe ser por la llantina silenciosa que he mantenido casi toda la mañana. Me siento compungida, agobiada… Siento como si mi corazón estuviera aguantando su latido, congelado durante minutos hasta seguir bombeando. Por fin me quedo dormida.

Después de minutos, u horas me desvelo y oigo pasos arrastrándose por el pasillo. ¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? Sigo en casa de Luis, cierto. ¿Quién es la persona que se acerca por el pasillo?, ¿es el? Entonces por qué no ha saludado al entrar, no ha dicho nada, tan solo arrastra los pies en dirección a donde me encuentro. Mi respiración cada vez se oye más fuerte, y no se si mis costillas podrán aguantar este ritmo. Suenan toques en la puerta, alguien está llamando. Los golpes van in crescendo, convirtiéndose así en un aporreo constante de la madera, que parece que vaya a deshacerse ante mis ojos. Me quedo congelada mirando la puerta, aovillada esperando que deje de vibrar.

- ¡Sara! ¡Sara! ¡Por Dios Sara, abre la puerta! Dime que no lo has hecho de nuevo. Por favor, que no lo haya hecho… - La preocupación borboteaba en la voz de Luis. ¿Llevaría mucho tiempo gritando? No he podido reaccionar antes, pero me levanto y abro el pestillo. - ¡Estas aquí! – No creo haber visto más alegría en los ojos de nadie al mirarme. – Pensaba que lo habías hecho otra vez. ¡Por favor, no vuelvas a cerrar el pestillo! – Torció el gesto después de gritar, seguro que por pensar que podría afectarme su tono de voz, sin saber que nada podría ya afectarme salvo las sombras que me perseguían fuera de lo real. – No he querido gritarte, pero necesitaría que no volvieras a cerrar el pestillo, así estaría mucho más tranquilo.

- No lo haré más. – Una promesa es una promesa, así esté vacía por dentro, igualmente cumple la función que debiera, hacerle pensar que confiaré en estar segura dentro de su casa sin necesitar un pestillo.

La tarde transcurrió lenta y, sin embargo, suave y amena. Por un momento casi olvidé la nueva misión que tenía encomendada. Lo recordaba de manera intermitente y seguía empujando el pensamiento al abismo como cuando debemos hacer algo en un plazo fijado pero preferimos posponerlo sin límite, tan solo contando las posibles horas de las que disponemos, y repartiendo nuestras acciones en un tiempo ficticio.

En algún momento mi búsqueda debería comenzar.