6/05/2009

En el sonido 4

Luis ha vuelto a bajar a la clínica, no quería, pero le he obligado. Todo el mundo tiene que trabajar aunque no quiera, es parte de eso de ser un miembro útil para la sociedad. Es lo que queremos todos, o al menos, lo que se supone que queremos; un engranaje perfecto que no chirríe y nunca pare, un reloj que solo avance y nunca se atrase. Yo, por suerte tengo a María para que me sustituya en el trabajo. María es la chica que permite que yo siga sintiéndome como una muchachita de facultad (cosa que tampoco hace tanto tiempo que dejé de ser), todavía levantándome a horas tardías en comparación con el resto del mundo. Ella abre la tienda todas las mañanas, y cumple su turno con la mayor responsabilidad y perfección, es una mujer decidida y ordenada, tiene todas esas cualidades que yo solo vislumbro de lejos en mi. Le he dicho a Luis que la llamaría para que me cubriese también por la tarde, y el me ha aconsejado que lo haga durante al menos toda una semana para que intentemos trabajar para intentar que lo que ha pasado, no vuelva a pasar nunca.

Admiro la fortaleza de este hombre, es como si tuviera la voluntad de un misionero. Es altruista, como si esa palabra existiera realmente según la etimología popular. Una persona que se sacrifica a si mismo por el bien de los demás no puede entrar en mi cabeza después de que reverberen en mis oídos las palabras de Hobbes, “El hombre es un lobo para el hombre…” Y menos ahora que el mundo me ha enseñado su cara más cruda, fétida, pútrida y desagradable. Sin embargo, hay veces que entre las cenizas pareces encontrar un brote al que, sin duda, cuando crezca te podrás agarrar. Es el caso de Luis, el quiere ayudarme, y aunque eso implique meterle en lugares que nunca debería ver, me siento débil y asustadiza, pequeña e indefensa, y necesito poder agarrarme a algo. Lo siento, me disculpo ante la oscuridad de su sino.

Llevo tan solo unas horas sentada en este sofá blanco, con las piernas cruzadas y los brazos igual, con la tele encendida, la cabeza ladeada y la mirada perdida en los gestos de presentadores y contertulios que hablan de nimiedades varias. Odio la televisión, pero nunca lo recuerdo. Solo encuentro diversión en las series, pequeños retazos de imaginación animada. Todo capítulo con su desenlace, todo héroe alcanza su destino, todo mártir deja de sufrir. Salto de un pensamiento trivial a otro, apartando agrios pensamientos. ¿Cómo mantendrá Luis blanco este sofá?, con este color tan claro debe resultar difícil que la suciedad no se pegue… y cosas así, he recorrido también toda la habitación leyendo los títulos de libros y películas, ojeando revistas por encima, admirando la doble faceta de este curioso personaje.

Tengo sueño, y me dirijo a la habitación que se me ha designado. Otra habitación blanca, esta casa tiene una atmósfera tan distinta a la mía. Es una casa pulcra y ordenada, una casa que más parece una clínica, todo reluce, todo huele a orden y limpieza. Me tumbo en la cama azul marino y cierro la puerta de la habitación con pestillo, bajo las persianas e intento cerrar los ojos y descansar. Me escuecen, debe ser por la llantina silenciosa que he mantenido casi toda la mañana. Me siento compungida, agobiada… Siento como si mi corazón estuviera aguantando su latido, congelado durante minutos hasta seguir bombeando. Por fin me quedo dormida.

Después de minutos, u horas me desvelo y oigo pasos arrastrándose por el pasillo. ¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? Sigo en casa de Luis, cierto. ¿Quién es la persona que se acerca por el pasillo?, ¿es el? Entonces por qué no ha saludado al entrar, no ha dicho nada, tan solo arrastra los pies en dirección a donde me encuentro. Mi respiración cada vez se oye más fuerte, y no se si mis costillas podrán aguantar este ritmo. Suenan toques en la puerta, alguien está llamando. Los golpes van in crescendo, convirtiéndose así en un aporreo constante de la madera, que parece que vaya a deshacerse ante mis ojos. Me quedo congelada mirando la puerta, aovillada esperando que deje de vibrar.

- ¡Sara! ¡Sara! ¡Por Dios Sara, abre la puerta! Dime que no lo has hecho de nuevo. Por favor, que no lo haya hecho… - La preocupación borboteaba en la voz de Luis. ¿Llevaría mucho tiempo gritando? No he podido reaccionar antes, pero me levanto y abro el pestillo. - ¡Estas aquí! – No creo haber visto más alegría en los ojos de nadie al mirarme. – Pensaba que lo habías hecho otra vez. ¡Por favor, no vuelvas a cerrar el pestillo! – Torció el gesto después de gritar, seguro que por pensar que podría afectarme su tono de voz, sin saber que nada podría ya afectarme salvo las sombras que me perseguían fuera de lo real. – No he querido gritarte, pero necesitaría que no volvieras a cerrar el pestillo, así estaría mucho más tranquilo.

- No lo haré más. – Una promesa es una promesa, así esté vacía por dentro, igualmente cumple la función que debiera, hacerle pensar que confiaré en estar segura dentro de su casa sin necesitar un pestillo.

La tarde transcurrió lenta y, sin embargo, suave y amena. Por un momento casi olvidé la nueva misión que tenía encomendada. Lo recordaba de manera intermitente y seguía empujando el pensamiento al abismo como cuando debemos hacer algo en un plazo fijado pero preferimos posponerlo sin límite, tan solo contando las posibles horas de las que disponemos, y repartiendo nuestras acciones en un tiempo ficticio.

En algún momento mi búsqueda debería comenzar.

1 comentario:

  1. Gran trabajo describiendo el engranaje social, y también me ha gustado esa descripción de "altruismo".

    Oh, la sensación de "no, otra vez no" cuando oye los pasos y los golpes en la puerta me ha encantado o.o

    wii ^^

    P.s: ¿Y el violinista?¿Ánde sa metío?

    P.s.s: Pak pak ^^

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