5/28/2009

Lúdicce 2

Por desgracia seguía devaneando por los muros de Lúdicce sin encontrar a un solo alma... Por la calle los cristales de las ventanas me enseñaban imagenes de mejores tiempos y me mostraban el reflejo de una ciudad otrora resplandeciente, quizás ya décadas atras. Siguiendo mi camino encontré la casa de Lili, la pequeña aldeana de cabellos rubios y ojos verdes a la que decidí abandonar sin promesa de regresar. Y ahí estaba yo, de vuelta en la fantasmagórica ciudad repleto de falsos pretextos, buscándola. No me interesaba nada de lo que hubiera acontecido en su vida, ni si habría encontrado consuelo en los brazos de otro que le hubiese arrebatado la virtud (virtud que, por otro lado, yo siempre había querido poseer); no importaba, yo había sido su principe, y así debía ser de nuevo.

Andar por los escarpados recuerdos de Lúdicce no me hacía ningún bien, siempre todo lo que recordaba parecía haber tenido algo que ver con ella, y mucho de lo que hiciera después. Me pregunté mientras caminaba, si hubiera sido mi vida mejor si me hubiera quedado con ella. ¿Hubiera estado repleta de amor y felicidad? Me inclino más a pensar, que todo lo que hice debió tener su significado, y que, de esta manera, ahora quien soy es mejor que quien era antes de irme.

La panadería por un momento parecía invadir la ciudad con olor a pan recien hecho, parecía poder oler la mezcla a barro y fiera suelta por entre los caminos de roca y arena, sin embargo todo seguía tan solitario y silencioso como cuando entré. El castillo no me había aportado ninguna información, y parecía ser que cualquier resto escrito hubiera sido quemado en una ofrenda al porvenir.

Por una esquina asomó una larga cabellera dorada, ondeando en una cascada sobre un vestido demasiado ajustado en la cintura, y demasiado vaporoso de caderas hacia abajo. ¿Podía ser ella, la que andaba tanto buscando? Y en ese caso... ¿Merecía yo su perdón? Nadie sabe con que excusa retomar un camino que fue abandonado sin ninguna razón real, con solo el sentimiento, o la necesidad de libertad y descubrir. Por supuesto, todas estas preguntas que mi subconsciente lanzó, no sirvieron de nada para parar a mis pies, que decidieron correr por si solos tras el espejismo.

- ¡Lili! ¡Liliam! - Grité entre el sonido de mis zancadas, pero ella no paró.

Efectivamente parecía haberse tratado de un vil truco jugado por mi mente, ya que calle tras calle solo me aguardaba el silencio. En mi cabeza resonaban las últimas palabras que le había dicho, "Tengo que irme". Sin más explicación, sin que ella pudiera hacer nada al respecto, y por esa razón ni siquiera contestó, y a lo largo de días solo pude verla vagar por la ciudad arrastrándo el vestido que le regalé por el barro, mutilándolo sin piedad, esperando que eso socavara mi corazón como hizo. No puedo arrepentirme para siempre de haber decidido lo que decidí. No puedo, y no lo haré, pero si puedo intentar mirar al futuro a los ojos, dejar la cobardía enterrada, y olvidar los infames recuerdos quizás el decida tenderme una mano y limpiarme la brea hecha de culpabilidad que me cubre.

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