3/20/2009

En el sonido 2

¿En qué momento nos damos cuenta de que estamos solos?

Un día vas andando por la calle, con un humor de perros por haberte levantado tarde. “Ahora todo me saldrá del revés”. Pareces decir con la mirada. Nada de lo que el día traiga será mejor. Este pensamiento nos es común a todos en demasiadas ocasiones. Y se extiende a lo largo de insulsas horas hasta que puedes retomar el camino a casa.

La carretera está llena de coches. Todos corren. Todos tienen prisa por llegar a sus guaridas. Tu caminas sustituyendo el ruido de la ciudad por música, acallando todos y cada uno de los sonidos en busca de una paz que no existe en el bullicio (no la cambiarias por nada, sin embargo, sigues necesitando tu espacio circular alrededor. El espacio pacífico y silencioso).

En un momento, en un punto en el que la canción se vuelve instrumental te sorprendes a ti misma pensando en él. Y te devuelves a bofetadas a la realidad obligándote a pensar que se fue, que no era más que otro capullo más. Era uno de esos de una noche y algo de propina.

En algún punto a lo largo de esta reflexión el mundo se ha ralentizado. Mientras que yo y mi pensamiento discutíamos por encontrar lo que era más racional, algún otro componente de mi cerebro decidió que ampliar la imagen de sus ojos ante la carretera sería la mejor elección.

Es entonces cuando te das cuenta.

Al mirar hacia delante ves como el pilotito rojo del semáforo se enciende. Se enciende el señor serio que no anda y con mímica te lo prohíbe a ti también. Le aguantas la mirada, intentando convencerlo de que cambie de opinión.

“Señor del semáforo, cambie usted de color y eche a andar, por favor”.

¿Es entonces? ¿Cuánto pueden pasar? Unos… quince segundos. Quince segundos que se extienden, y se extienden, hasta límites inconcebibles. ¿Cuantos días pueden caber dentro de unos segundos?

Estas sola. No. Estoy sola. Caminando a lo largo de un paso de cebra entre gente que pasa riendo las gracias de otra gente. Se ve una pareja de ancianos, ella medio calva a estas alturas, y el con manchas en la piel por la edad. ¡Pero son tan felices! ¡Ah! Y como no… Ahí está la magnífica pareja de la bicicleta, los dos juntitos dándose un beso pasional justo a tiempo para cortarte el paso.

Y mi mente sigue dando saltos hacia atrás a un momento que fue especial. Me siento como la gente de hace un par de siglos. Esos que pensaban que, ciertamente, era posible enamorarse sin haber tenido contacto con una persona. Y me compadezco de nosotros. No basta un encuentro. No basta un recuerdo. O quizás si lo hace… Y mi imaginación hiperactiva es la que pone el resto.

Una baldosa de rayas horizontales pasa.
Una baldosa de rayas verticales pasa.
Una baldosa de rayas horizontales pasa.
¡Mierda! He pisado la raya divisoria.

No puede seguirse así. Tenía la teoría de que cuando uno se antojaba de una persona podía olvidarla en pocos minutos al consumar algo con esta. También pensaba que si no era así, los minutos solo serían horas. Pero no había situado el factor “Yo” dentro de estas teorías.

Una baldosa de cuadros.
Una calle más antigua.
Unos muros algo cansados.
Unas esquinas que se tuercen y retuercen hasta hacerte perder la orientación.
Unas rejas y el espejismo de una funda de violín y un atril vacío.

Se oye un suspiro exagerado en medio de la callejuela y me revuelvo del susto. He sido yo, así que me he asustado por una estupidez. Suele pasarme el sobresaltarme cuando vuelvo a mi casa. Será por culpa de las callejuelas y la oscuridad que las come por las noches. Solo resuenan mis pasos, pero sigo teniendo la sensación de que alguien me sigue. ¿ El hombrecillo pelirrojo del paso de peatones?

Hmmm… Considero que la paranoia es una cualidad que está sobrevalorada, y que la protección es otra de esas cargas como la fe. Son cosas a las que les tienes que prestar atención durante demasiado tiempo… No se me da bien mantener la concentración en una cosa durante más de unos segundos. Ni siquiera puedo hacerlo con las canciones. Escucho los primeros 30 segundos y sin más ni más me veo sumergida en la nada. Nunca se decir que se me pasa por la cabeza en esos momentos.

El hombrecillo… Era una de estas personas que piensas que deben estar de broma. O eso, o se acaban de levantar de la cama con la ropa de ayer, y a parte son daltónicos. Llevaba una camisa larga de cuadritos blancos y celestes, con una camiseta marrón clara (o blanca sucia… no sabría decirlo), y unos pantalones color salmón, casi a juego con el color de sus barbas descuidadas. Llevaba unas gafas redondas y remataba su look grunge con unas deportivas de baloncesto. Tenía pinta de persona desequilibrada. No solo por su ropa, es obvio que los desequilibrados también pueden saber combinar la ropa, sin embargo este mantenía la mirada perdida, y chasqueaba los dedos y se acariciaba con ellos la palma de la mano.

Una puerta metálica con cristales (muy sucios por cierto) se cruza.
Un escalón, dos escalones, y así hasta quince escalones, se suben.
Un pasillo te abandona ante dos puertas. ¿Cuál eliges? ¿La izquierda o la derecha?
Ambas llevan a mi casa, pero a veces es divertido variar. Entremos hoy por la de la derecha.

La puerta de la derecha da a mi estudio. Adoro esta habitación. Ahí está mi piano de pared, mi equipo de música y todo lo indispensable en mi vida… Pero… Los cajones no deberían estar abiertos. La silla no debería estar tirada en el suelo. Los CD no deberían estar desperdigados por el suelo abiertos. Y por supuesto mi cuadro de la Noche de Van Gogh no debería estar rajado por la mitad.

Llego la hora de encontrarse sola.

“Piensa rápido”. El bolso debe soltarse con cuidado de no crear ni un solo ruido. Debo coger el abrecartas que hay sobre la mesa, y cargarlo a modo de arma.

El pasillo está despejado. El ventanal que da al patio de vecinos permite que una luz entre celeste y grisácea cubra las paredes y las puertas. A la derecha está mi habitación, pero no veo nada al asomarme un poco, abrecartas en mano. Al final del pasillo a la derecha está el salón, pero debería antes pasar por la cocina y coger un cuchillo de los de verdad, así que torceré hacia la izquie...

Un golpe seco me derriba. Estoy en el suelo tumbada y solo veo unos zapatos negros, ¿de charol?

- ¡Quiero que me digas dónde está! – Me grita una voz rota al oído mientras unos brazos extremadamente toscos me limitan la respiración.


- El dinero está en la habitación. En la habitación.- Conseguí dejar escapar entre mis cuerdas vocales aplastadas.


- ¿De que coño hablas? ¿Dónde está Viktor?


- ¿Quién es Viktor? – No es momento para jugar al juego del quién es quién. Siempre que nos imaginamos dentro de una situación extrema pensamos que tendremos tiempo para comentarios sarcásticos y memorables, para grandes frases, para saber retocar o esconder ciertos recuerdos. Pero la verdad es que si no eres una persona entrenada tu mente simplemente no reacciona.


- ¿Quién es Viktor? – Repetí al notar la presión, también en mi brazo, aún más fuertemente tras mi pregunta.


- ¡¡Déjate de gilipolleces!! ¡Hablo del hijoputadelviolín! – Pronunció estas últimas cuatro palabras como si de una sola se tratase, como si su nombre real fuese ese. – ¡Ese gilipollas se creyó libre de todo simplemente porque desapareció para venirse a esa mierda de ciudad sumida en la mugre a follarse a putas como tu!


- ¡Yo no se dónde está! ¡Te prometo que no se dónde está!


- Vamos zorrita. ¿Con quién crees que estás hablando? – La frase adquirió un tono sádico por momentos.- Te diré una cosa. Espero que encuentres a Viktor. Y espero, por tu bien, que le digas que le he encontrado, que le he echado de menos. Y ahora, ¿qué tal si te dejo un regalito para que te acuerdes?


Me empujó sobre la encimera, sujetó mi brazo izquierdo a mi espalda, pegando mi cara al frío mármol con su peso, solo para poder soltar sus dos brazos y agarrar mi brazo derecho. Con un cuchillo de mi cocina comenzó a recorrer un camino en zigzag a lo largo de mi muñeca hasta el codo.


- Nos veremos bonita.- Fue lo último que oí de el, eso y unos pasos que se alejaban a gran velocidad hacia la puerta de la izquierda (seguramente forzada).


En casos como estos, ¿cómo debe reaccionarse? Porque yo no lo se. A mi esto me queda grande. Solo hace media hora estaba nadando en mi mundo egoísta en busca de una excusa para odiar una imagen perfecta. Y heme ahí en el suelo ahora, sollozando, desgarrándome la garganta profiriendo alaridos mientras agarro con mi mano izquierda la muñeca derecha intentando cortar el reguero de sangre que se dispersa por las baldosas blancas.

Una baldosa blanca manchada de sangre se detiene dentro del tiempo.
Una baldosa blanca manchada de orín se corrompe dentro de una habitación.
Una casa se infecta de dolor y miedo.
Algo no físico en esa habitación se rompe.

3/17/2009

...

"Tengo ganas de vomitar una sucesión de días vacíos, para no tener que comerlos antes."

(tic---------------------tac----------------------tic--------------------------tac)




¿Muerto? ¿Puede ser?...

Su cuerpo, su cuerpo que la luz atravesaba, ¿no sería indestructible por los medios que matan a los nuestros?¿Y si no hubiera muerto?...

Acaso solo el tiempo tiene poder sobre el Ser Invisible y Temible. ¿Para qué ese cuerpo transparente, ese cuerpo incognoscible, ese cuerpo de Espíritu, sidebiera temer, también el, las enfermedades, las heridas, las invalideces, la destrucción prematura?

¿La destrucción prematura?

¡Todo el terror humano procede de ella!

Despues del hombre, el Horla. Después de aquél que puede morir cualquier día, a cualquier hora, a cualquier minuto, de cualquier accidente, ¡ha venido el que no debe morir sino en su día, en su hora, en su minuto, porque ha llegado al límite de su existencia!

El Horla, en El Horla y otros cuentos fantásticos.

Guy de Maupassant

3/13/2009

En el sonido...

Hoy el violinista no ha venido. Le conoci por casualidad, mientras trabajaba en la calle para ganar dinero, o por gusto quiza, realmente nadie lo sabe.


Una mañana, simplemente, aparecio bajo mi ventana. Comence a oir el caracteristico sonido de las cuerdas acariciadas con el arco, y me asome a la tarraza.


Era el comienzo del verano, una mañana soleada y clara, pero el se refugiaba del sol en la sombra triangular que provoca el cruce de calles y el edificio que tengo en frente. Solia venir todas las mañanas durante un par de horas, y despues se iba, a otro lugar a seguir tocando supongo. Yo lo observaba desde mi ventana, sentada con un vaso de te entre las manos, o simplemente apollada en la barandilla para ver mejor como se zarandeaba al ritmo de las notas, e imaginando las teclas de un piano sonando de acompañamiento. El era la musica. Era eso justo lo que me gustaba. El era la tipica persona que ves que crea la musica con sus dedos, sabes que no es el instrumento, porque el mismo tocado por otro no sonaria igual, no podria siquiera acercarse a lo que el hacia con sus largas y finas manos blancas. Manos de musico. Manos preciosas y perfectas, hechas solo para acaticiar el mejor Stradivarius que jamas se fabrico.


Yo era feliz tocas las mañanas observandolo, e imaginaba que solo tocaba para mi. Imaginaba mis historias distintas en las que ambos eramos los protagonistas. Y era mas feliz, cuando todas las mañanas despertaba con una obra magistral, mejor que la anterior, y cuando salia mientras el ya habia empezado. Pero sobre todo lo era cuando me miraba. Siempre lo hacia, cuando yo salia al balcon siempre habia un pequeño flash, un instante, una mirada de dos centesimas de segundo, que se dirigia hacia mi, y tras eso volvia a cerrar los ojos y a dejar que el sonido fluyera, correteando entre todas sus celulas, y eliminando cualquier pensamiento de su cabeza. Es eso lo que siempre me ha gustado de la musica. Yo tocaba el piano, ya nunca lo hago porque... Realmente no sabria decir porque... Pero ya no siento la necesidad que sentia antes de crear... Poner mis dedos relajados sobre el marfil y dejar correr mis dedos por las escalas, de abajo hacia arriba, coordinando derecha e izquierda al unisono, y sobre todo, dejando este mundo. Cerrar los ojos y concentrarme solo en la musica qe salia de mis llemas... ¿No es eso perfecto? Lo era para mi. Ahora intento convencerme a mi misma de que no tengo tiempo, de que la tienda me absorve. Y en mis mañanas, solo quiero despertar y oir al violinista. Se que el sabe lo que yo, y comprende lo que yo.


Hace un tiempo dejo de pasar tanto rato ante mi ventana. Ya solo tocaba unas cuatro canciones y desaparecia, por eso a veces me quedaba demasiado tiempo dormida y no me daba tiempo de vestirme y correr a asomarme y verle. Pero despues el patron volvio a cambiar. Todas las mañanas llegaba exactamente a las diez y media de la mañana, y me encontraba a mi asomada, esperandole, esperando esos minutos de soledad acompañada. El y yo. Empece a pensar que ahora tocaba solo para mi, y ese pensamiento me llenaba de euforia. Asi que, un dia que no vino, no pude soportar no verlo. Se me ocurrieron otras mil historias sobre su vida. Me senti celosa de para quien estuviese tocando, porque ese alguien no era yo. Debia ser asi, el era ya Mi Violinista. Ese dia en que no vino, fui a buscarlo. Fue un simple impulso, a las once no habia llegado todavia, asi que me levante, agarre el bolso del sofa y sali a la calle corriendo. Lo busque por las calles circundantes, observando a todos en busca de una cola ondulada, rubia, una piel blanca y unos labios carnosos, unas facciones nordicas. Siempre pense que el Violinista era extrangero, imaginaba mis estupidos intentos de conversaciones con el, yo sonrojada y el intentando hacerme entender en otro idioma que no sabia de que hablaba, hasta que miraba hacia otro lado, cerraba los ojos y volvia a tocar, inmerso en quien sabe que imagen. Por supuesto, aquel dia no lo encontre. Estuve horas y horas sentada en el salon, aguzando el oido, imeginando que le oia de nuevo.

Por la tarde no preste atencion a los clientes de la libreria, si me preguntaban por un libro, yo los mandaba a la seccion equivocada. Quizas si buscaban un libro de idiomas, los mandaba a la seccion de cocina, y cosas asi. Quede como una incompetente, lo se, pero me consuela el hecho de que paso con gente a la que yo ya conocia. Los clientes habituales, los que cada mes aparecian en busca de un nuevo entretenimiento, algo nuevo que aprender.


A la mañana siguiente, desperte dentro de una nueva melodia, distinta a todas las canciones que el hubiera nunca tocado. Salte hacia el salon, en pijama, con unas mallas, una camiseta de tirantas, descalza (como siempre), y con el pelo alborotado. Cuando me asome, el estaba ahi. Pero no lo estaba, no sabria explicarlo. Nunca lo habia visto tan inmerso en una melodia. Solo movia los dedos en forma de gancho, haciendo las cuerdas vibrar, y daba largos pases con el arco. De pronto paro, con gesto de indignacion y frustracion. Comprendi que la cancion era suya, y que no habia conseguido darle un final. Era una obra magistral pero inacabada. Retiro las monedas de la funda del violin, lo dejo dentro, con sumo cuidado y se sento en el suelo. Sin darme cuenta, estaba vistiendome y peinandome rapidamente. Sin darme cuenta estaba cogiendo mi bolso. Sin darme cuenta, estaba bajando las escaleras y dirigiendome a la puerta. Y alli estaba yo, delante de el, mirandolo en silencio.


- Era precioso eso que tocabas. ¿No tiene final todavia?


- No puedo encontrarle un final, me da miedo.


- ¿De que te da miedo?


- Me da miedo destrozar la cancion... Es para alguien especial.


Me dirigio la mirada mientras lo decia, pero yo estaba demasiado ocupada viendo como un puñal atravesaba mi corazon, y luchaba con esta sensacion admitiendo que el Violinista, no era Mi violinista, sino una persona con su propia vida, que no tenia nada que ver con la mia.


- Ah...- Musite.- En ese caso, deberias esperar, sopesar diversos finales a tan triste cancion.


- ¿Te parece triste?


- No, no me malinterpretes. Me encanta.


Sonrio abiertamente. Estuvimos ablando durante un par de horas, hasta que el hambre comenzo a crecer dentro de mi. Decidi que seria valiente y lo invitaria a comer, solo como amigos. Ya me habia quedado claro que habia una persona especial, la cual se habia hecho dueña de una cancion que debia ser mia. El acepto encantado. Nos fuimos a comer, y despues de eso insistio en acompañarme a la libreria y ayudarme con los clientes etcetera. No hay demasiado que hacer, mi libreria no es muy grande, es un pequeño refugio que me cree, donde estar siempre en contacto con los libros, y poder sentarme en silencio a abrir cualquiera de los que ponia en la estanteria de mi lado, con musica tranquila sonando en el hilo musical. Despues de que me ayudara a cerrar me invito a cenar a su casa, con el pretexto de enseñarme discos de musica, hablando de Rachmaninof, de Richard Clayderman... De mucha gente que yo no conocia para nada, lo siento, pero mis conocimientos se limitan a Chopin, Bethoven, Heidegel y quizas un par mas. Nunca he prestado atencion a los autores de las partituras que tocaba, hace mucho tiempo ya que deje de estudiar. Se que parece una falta de respeto, sin embargo, no suelo aprender nombres, solo solia coger las partituras y reconocerlas por las primeras notas que sonaran, y despues ya solo tocaba yo, lo que fuera, solo dejaba de pensar con palabras y pensaba con notas y acordes, con sordina y alargador.


Su casa era como yo imaginaba que seria, un sitio con luz tenue (quizas demasiado), con las paredes pintadas de verde, los muebles de madera, un tocadiscos al lado de un equipo de musica enorme, y pilas de libros y discos llenando las estanterias. No tenia television, fue un detalle que me divirtio. A mi tampoco me gusta verla demasiado, pero reconozco que a veces me gusta pasarme las tardes enteras con ella encendida, tragandome cualquier basura que esten poniendo. Despues de cenar, y a lo mejor, empujada por el vino, una pregunta salio de mi.


- ¿Por que no me hablas de esa persona?


- ¿Que persona?


- Esa persona especial a la que le compones la cancion.... Es que no veo fotos de mujeres por la habitacion...

¡Lo siento! ¿Acaso es un hombre? - No habia pensado en esa posibilidad, y me senti afligida y un poco avergonzada de haber podido faltarle al respeto. El estallo en risas por mi reaccion a mis propios pensamientos.


- No, es una chica.


- Bueno, hablame de ella.


- Pues es una chica a la que no conozco. Tiene el pelo largo y liso, rubio, realmente... Mas o menos de mi color. Los ojos marrones, aunque nunca habia podido verselos de cerca. Tiene la piel fina y blanca, salteada con lunaritos. Y me gusta como se sonrie cada vez que me ve tocar. Me gusta como expresa con gestos lo que yo con el violin. Siempre crei que no le interesaba y que solo disfrutaba de la musica mientras tomaba un cafe, a veces la miraba y ella estaba demasiado absorta observando el arco y mis dedos. Pero al parecer, si que me prestaba atencion a mi tambien...


Espero mi reaccion. Entendi algo tarde a quien se referia, pero no pude evitar sonrojarme cuando me di cuenta de que hablaba de mi.


- Pero, acabo de darme cuenta de que no se su nombre. - Me miro sorprendido. Llevabamos todo un dia juntos, como si nos conocieramos desde siempre, hablando de esto y de aquello, y en ningun momento nos habiamos dicho los nombres. Sin embargo, no quiso que se lo dijera. Dijo que queria mantenerme en su mente durante un rato mas como la chica de la ventana. En algun punto de nuestra conversacion, mientras el vino corria, y se convertia en agua, a juzgar por la facilidad con la que lo bebiamos, nos quedamos en silencio. Nos miramos durante largo rato, hasta que sin darnos cuenta nos acercamos el uno al otro hasta rozar nuestros labios. La habitacion por momentos desaparecia, no recuerdo el camino hacia el dormitorio, ni recuerdo si dijimos algo mas antes de enredarnos entre las sabanas. Solo recuerdo estar mirando dentro de esos ojos castaños. Prestar atencion a su respiracion, y acariciar su piel. Tal y como una pieza clasica, ora lenta y profunda, ora vivaz. Paso el tiempo. No se cuanto tiempo, ni me interesa saberlo. Al separarnos me asalto el miedo, o mas bien la certeza de que mi Violinista, seguia sin ser mio, y que por la mañana, todo en mi vida seguiria como antes de que el apareciera ante mi ventana la primera vez.


- Espera. - Me dijo. Se levanto y se puso unos pantalones, se dirigio al salon y aparecio ante mi con un violin color caoba, con aspecto de antiguedad. Y comenzo a tocar, otra pieza, esta vez, mas triste, y lenta.


- Espera. - Dije yo ahora, ansiosa. - No quiero que toques, necesito mi piano.- Asi sin mas, me urgia acercarme a las teclas y acompañar aquella preciosa melodia.


- ¡¿Sabes tocar el piano?!


- Si, pero no lo hago desde hace mucho tiempo... No se por que en realidad.


- ¡Ven! - Me agarro de la muñeca y me arrastro desnuda a un cuarto que habia al lado de la habitacion en el que nos esperaba un mueble tapado con una sabana. Al destaparlo, dejo a la vista un piano, con la misma pinta que el violin. Un precioso piano de pared negro.


- Quiero aprender desde hace un tiempo, pero se me hace raro dejar el violin. Siempre que empiezo a aprender piano acabo cerrando la tapa y cogiendo el violin sentado en la banqueta.


Comence a tocar, de manera lenta, solo acordes. Primero con la mano derecha, luego con la izquierda. Despues mas rapido. Y el toco conmigo. A donde fuimos no lo se, pero estoy segura de que a un lugar muy lejos de aquella habitacion, atravesando las blancas paredes, dejando atras todo, envueltos en aquel precioso fluir de sonidos.


El camino a mi casa se hizo primero sublime. Todo tenia un brillo especial, a tempranas horas. Aunque me sentia algo cansada, tenia una graciosa sensacion de nervios dentro y una sonrisa fijada en el rostro con cada recuerdo del dia anterior. Sin embargo, despues todo parecio oscurecerse con el recuerdo, con ese de la conclusion a la que llegue, mi Violinista seguia sin ser mio.


A la mañana siguiente el no vino.

3/02/2009

Anochece 9

Parece ser que por fin está despertando en ella la sensación de cercanía. Cercanía a un recuerdo pasado, y oprimido, guardado entre la ropa sucia y el polvo, en la habitación donde la pasión y la desesperación, algún día tuvieron su momento de auge.


Al llegar a casa había un mensaje en el contestador, de su hermano Leo, pidiéndole que no volviera a desaparecer como la última vez, que las cosas no terminaron bien entonces. ¿Dónde estuve la última vez? Fue la gran pregunta del día. Y los pensamientos corrieron por su mente. Los recuerdos ondeaban entre el sueño y la realidad, entre la claridad y lo distorsionado… Llevada por quién sabe qué presentimiento se acercó al armario, a la parte más escondida, donde guardaba sus recuerdos de la infancia.Y allí apareció todo… De nuevo con una claridad obscena, con una seguridad nunca vista. Recordó porqué el pequeño artista había desaparecido.


Una persona rota, como un reloj que no funciona, como una bombilla fundida, o un libro al que le faltan capítulos es inservible. Solo quema, solo arde. Solo es posible que erosione a otras…


- ¿Dejarás de beber alguna vez?


- ¿A ti qué cojones te importa? No sirves para nada, ni siquiera estás cerca de mí cuando te necesito.


- Sabes que eso es una mentira muy grande Jolene. Yo te quiero… o más bien te quería, pero, ¡no puedes seguir así!


- Seguiré todo el tiempo que me de la gana, tu no sabes qué es esto.


- Puede que no, pero yo también tengo problemas, todos los tenemos…


- Pero, mi hermano… mis padres… No se, no puedo con todo esto, ¡no puedo!


Seguidamente, apareció otras de esas escenas que deben ser olvidadas. Las sillas rotas, los cristales, la sangre en sus manos, y su cuerpo deshecho en el suelo, sus rojizos rizos desparramados por el suelo. El techo diluyéndose en negra pintura sobre la cabeza del artista. Y su retrato, el de Jolene mirando al mar con gesto triste hecho pedazos, con una tijera cerrada a su lado. Como siempre, su cometido era ahora arrastrar a una muchacha sin peso, sin alma, hasta los confines de la habitación secreta, donde sabía que ella se levantaría. Y tras eso vendría un día entero de disculpas sentidas. Mientras todo su mundo… Ella… Agarraba un cuchillo hecho de promesas vacías y rasgaba sus fuerzas hasta… Quién sabe hasta qué límites.


Y llegó el día en que los cuervos se posaron en su ventana. En la casa de campo, junto a las ascuas de la chimenea. Un nuevo pretexto para pelear, una nueva mentira autocompasiva escupida a aquel que solo intentaba ayudarla. Esta vez no fue el cuadro la víctima de su agresividad etílica, sino su autor. Se vió al colgante volar, hasta caer dentro de las cenizas y la madera incandescente. Se vio la confusión en su mirada, y la necesidad de ayuda. Se vio el inicio del fin. El teléfono se levantó y al otro lado se sintió el terror. Una familia unida ante un nuevo secreto. Sus hermanos acudieron a la llamada horas después, cuando ya todo estaba limpio. No había sangre, tan solo un cadáver bañado en tristeza en el suelo. Y una persona rota, con gesto desgarrador, sentada en un sofá lleno de pájaros amarillos que intentaban escapar de tan grotesca imagen.


No hubo conversaciones, solo trabajo perverso y continuado, sin descanso. Un trozo despegado del cuerpo, después otro, y otro más. Todos lanzados a un nuevo fuego, dentro de la chimenea. Hasta que solo quedaron huesos. El entierro fue silencioso, vacuo. ¿Cómo podía haber sido si no?


Dentro de su cabeza no había nada. Solo las sensaciones llenaban su cuerpo. Estuvo durante días, sentada en el sofá, con la mirada perdida en algún punto de su culpabilidad. Sin darse cuenta había terminado con parte de su vida. Nada sería lo mismo ahora.


Volviendo al tiempo presente, Jolene se encontraba de pie en su salón, con el colgante entre las manos. Lo había recogido de la chimenea, y lo había guardado en una caja, al fondo del armario, donde pudiera esconder todo lo que había hecho.


Se acercó al baño y trajo consigo una cuchilla de afeitar. Si servían las antiguas, también esta cumpliría con su cometido. Vacilante se sentó en el sofá, frente al último de los e-mails que estaba escribiendo, recordando las palabras de ánimo que su artista siempre le dedicaba. Recordaba su pelo rubio, y cuánto le gustaba. Sus miradas doradas, sus detalles, sus sonrisas, y su mirada de terror ante un fin inesperado. Ante todo, eso es lo que recordaba, su último gesto, y la perfección de un cuerpo transparente tumbado en la alfombra burdeos. Su piel pulcra e inocente, sus buenas intenciones y la ausencia de dolor.


La cuchilla estaba a un centímetro de su piel, cuando me atreví a interrumpir:


- Entonces, ¿por fin lo has recordado todo? Llevaba tiempo esperándolo. Y bueno, viendo lo que haces, creo que ya estás preparada para venir conmigo, ¿verdad?


- No estoy de humor para hablar contigo. ¿Tu lo sabías todo desde el principio?


- Claro que si, pero no podía aparecer y llevarte así por que si. Debías recordar lo que habías hecho. Ahora si tienes razones para no seguir, ahora es cuando tienes razones para mantener esa postura de culpabilidad. Ya tus palabras nunca más estarán vacías.


Mi discurso parecía no haber causado ningún efecto en ella. Su mirada seguía perdida en sus recuerdos, entre la sangre y el sonido de los huesos rotos. Como si presenciara la carnicería que un león hace de su presa. Parecía catatónica, pero obviamente seguía aquí.


- ¿No piensas contestarme? ¿Te quedarás ahí sentada para siempre, hasta que mueras de inanición?


Esta vez Jolene se levantó con tranquilidad, cogió la televisión y la arrojó contra la mesa con un gran estruendo. El cristal se deshizo en mil pedazos y una de las patas se rompió con una afortunada forma en punta. Después agarró la silla de madera forrada en caoba de la terraza y la arrojó contra la ventana. Y así siguió una jornada de destrucción... Cuando me acerqué para agarrarla, comenzó a gritar.


- ¡Alex!, ¡Alex déjame en paz!... ¡No quiero volver a verte!... ¡Alex suéltame!, ¡Alex!


La casualidad y el destino se aliaron para que su pie izquierdo tropezara con el mío, de manera que ella cayó, agarrada a mis dedos. Con toda la fuerza que aplicó para desasirse de mi, la pata de la mesa la atravesó. Me acerqué a ella, antes de que exhalara su último suspiro. Mis labios se aproximaron a su oído y dije:


- Me alegro de que recordaras… El olvido nunca es una excusa.