3/02/2009

Anochece 9

Parece ser que por fin está despertando en ella la sensación de cercanía. Cercanía a un recuerdo pasado, y oprimido, guardado entre la ropa sucia y el polvo, en la habitación donde la pasión y la desesperación, algún día tuvieron su momento de auge.


Al llegar a casa había un mensaje en el contestador, de su hermano Leo, pidiéndole que no volviera a desaparecer como la última vez, que las cosas no terminaron bien entonces. ¿Dónde estuve la última vez? Fue la gran pregunta del día. Y los pensamientos corrieron por su mente. Los recuerdos ondeaban entre el sueño y la realidad, entre la claridad y lo distorsionado… Llevada por quién sabe qué presentimiento se acercó al armario, a la parte más escondida, donde guardaba sus recuerdos de la infancia.Y allí apareció todo… De nuevo con una claridad obscena, con una seguridad nunca vista. Recordó porqué el pequeño artista había desaparecido.


Una persona rota, como un reloj que no funciona, como una bombilla fundida, o un libro al que le faltan capítulos es inservible. Solo quema, solo arde. Solo es posible que erosione a otras…


- ¿Dejarás de beber alguna vez?


- ¿A ti qué cojones te importa? No sirves para nada, ni siquiera estás cerca de mí cuando te necesito.


- Sabes que eso es una mentira muy grande Jolene. Yo te quiero… o más bien te quería, pero, ¡no puedes seguir así!


- Seguiré todo el tiempo que me de la gana, tu no sabes qué es esto.


- Puede que no, pero yo también tengo problemas, todos los tenemos…


- Pero, mi hermano… mis padres… No se, no puedo con todo esto, ¡no puedo!


Seguidamente, apareció otras de esas escenas que deben ser olvidadas. Las sillas rotas, los cristales, la sangre en sus manos, y su cuerpo deshecho en el suelo, sus rojizos rizos desparramados por el suelo. El techo diluyéndose en negra pintura sobre la cabeza del artista. Y su retrato, el de Jolene mirando al mar con gesto triste hecho pedazos, con una tijera cerrada a su lado. Como siempre, su cometido era ahora arrastrar a una muchacha sin peso, sin alma, hasta los confines de la habitación secreta, donde sabía que ella se levantaría. Y tras eso vendría un día entero de disculpas sentidas. Mientras todo su mundo… Ella… Agarraba un cuchillo hecho de promesas vacías y rasgaba sus fuerzas hasta… Quién sabe hasta qué límites.


Y llegó el día en que los cuervos se posaron en su ventana. En la casa de campo, junto a las ascuas de la chimenea. Un nuevo pretexto para pelear, una nueva mentira autocompasiva escupida a aquel que solo intentaba ayudarla. Esta vez no fue el cuadro la víctima de su agresividad etílica, sino su autor. Se vió al colgante volar, hasta caer dentro de las cenizas y la madera incandescente. Se vio la confusión en su mirada, y la necesidad de ayuda. Se vio el inicio del fin. El teléfono se levantó y al otro lado se sintió el terror. Una familia unida ante un nuevo secreto. Sus hermanos acudieron a la llamada horas después, cuando ya todo estaba limpio. No había sangre, tan solo un cadáver bañado en tristeza en el suelo. Y una persona rota, con gesto desgarrador, sentada en un sofá lleno de pájaros amarillos que intentaban escapar de tan grotesca imagen.


No hubo conversaciones, solo trabajo perverso y continuado, sin descanso. Un trozo despegado del cuerpo, después otro, y otro más. Todos lanzados a un nuevo fuego, dentro de la chimenea. Hasta que solo quedaron huesos. El entierro fue silencioso, vacuo. ¿Cómo podía haber sido si no?


Dentro de su cabeza no había nada. Solo las sensaciones llenaban su cuerpo. Estuvo durante días, sentada en el sofá, con la mirada perdida en algún punto de su culpabilidad. Sin darse cuenta había terminado con parte de su vida. Nada sería lo mismo ahora.


Volviendo al tiempo presente, Jolene se encontraba de pie en su salón, con el colgante entre las manos. Lo había recogido de la chimenea, y lo había guardado en una caja, al fondo del armario, donde pudiera esconder todo lo que había hecho.


Se acercó al baño y trajo consigo una cuchilla de afeitar. Si servían las antiguas, también esta cumpliría con su cometido. Vacilante se sentó en el sofá, frente al último de los e-mails que estaba escribiendo, recordando las palabras de ánimo que su artista siempre le dedicaba. Recordaba su pelo rubio, y cuánto le gustaba. Sus miradas doradas, sus detalles, sus sonrisas, y su mirada de terror ante un fin inesperado. Ante todo, eso es lo que recordaba, su último gesto, y la perfección de un cuerpo transparente tumbado en la alfombra burdeos. Su piel pulcra e inocente, sus buenas intenciones y la ausencia de dolor.


La cuchilla estaba a un centímetro de su piel, cuando me atreví a interrumpir:


- Entonces, ¿por fin lo has recordado todo? Llevaba tiempo esperándolo. Y bueno, viendo lo que haces, creo que ya estás preparada para venir conmigo, ¿verdad?


- No estoy de humor para hablar contigo. ¿Tu lo sabías todo desde el principio?


- Claro que si, pero no podía aparecer y llevarte así por que si. Debías recordar lo que habías hecho. Ahora si tienes razones para no seguir, ahora es cuando tienes razones para mantener esa postura de culpabilidad. Ya tus palabras nunca más estarán vacías.


Mi discurso parecía no haber causado ningún efecto en ella. Su mirada seguía perdida en sus recuerdos, entre la sangre y el sonido de los huesos rotos. Como si presenciara la carnicería que un león hace de su presa. Parecía catatónica, pero obviamente seguía aquí.


- ¿No piensas contestarme? ¿Te quedarás ahí sentada para siempre, hasta que mueras de inanición?


Esta vez Jolene se levantó con tranquilidad, cogió la televisión y la arrojó contra la mesa con un gran estruendo. El cristal se deshizo en mil pedazos y una de las patas se rompió con una afortunada forma en punta. Después agarró la silla de madera forrada en caoba de la terraza y la arrojó contra la ventana. Y así siguió una jornada de destrucción... Cuando me acerqué para agarrarla, comenzó a gritar.


- ¡Alex!, ¡Alex déjame en paz!... ¡No quiero volver a verte!... ¡Alex suéltame!, ¡Alex!


La casualidad y el destino se aliaron para que su pie izquierdo tropezara con el mío, de manera que ella cayó, agarrada a mis dedos. Con toda la fuerza que aplicó para desasirse de mi, la pata de la mesa la atravesó. Me acerqué a ella, antes de que exhalara su último suspiro. Mis labios se aproximaron a su oído y dije:


- Me alegro de que recordaras… El olvido nunca es una excusa.


5 comentarios:

  1. o.o

    una vez expresada mi opinion sobre el relato (eso de "o.o"), queria preguntarte si has consultado a tus padres sobre ese asunto de dejarme el disfraz, o si al final vas a venir o no este findesemana, ya que no he podido hablar con usted desde el lunes (creo recordar)

    pak pak ^^

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  2. valevale todo queda así aclarado, no sé si se me hará raro verte tan a menudo (me refiero a fines de semana seguidos, es sorprendente, de verdad)

    mmmm no he conseguido colmillos ni lentillas

    pak pak ^^

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  3. NO ME PUEDO CREER QUE HAYA TERMINDADO!!! (es lo único que me sale ahora) Estoy enferma durante siete días y me encuentro dos entradas y el final, no quiero. Tengo que pensar con lógica lo que me parece, ahora no puedo, ya te comentaré. Ah, por cierto, creo que echaré mucho de menos a Daemon... Espera, que estoy dando por supuesto que termina y a lo mejor me sorprendes. Por cierto, me alegra que te gustase Recuerdos en el espejo, tengo otra en el blog que tal vez tambien te guste, cuando ponga el archivo te digo en que mes cae.

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  4. Está en febrero 2008, es Recuerdos en el fondo de un vaso, si te la lees ya me comentarás.

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