3/20/2009

En el sonido 2

¿En qué momento nos damos cuenta de que estamos solos?

Un día vas andando por la calle, con un humor de perros por haberte levantado tarde. “Ahora todo me saldrá del revés”. Pareces decir con la mirada. Nada de lo que el día traiga será mejor. Este pensamiento nos es común a todos en demasiadas ocasiones. Y se extiende a lo largo de insulsas horas hasta que puedes retomar el camino a casa.

La carretera está llena de coches. Todos corren. Todos tienen prisa por llegar a sus guaridas. Tu caminas sustituyendo el ruido de la ciudad por música, acallando todos y cada uno de los sonidos en busca de una paz que no existe en el bullicio (no la cambiarias por nada, sin embargo, sigues necesitando tu espacio circular alrededor. El espacio pacífico y silencioso).

En un momento, en un punto en el que la canción se vuelve instrumental te sorprendes a ti misma pensando en él. Y te devuelves a bofetadas a la realidad obligándote a pensar que se fue, que no era más que otro capullo más. Era uno de esos de una noche y algo de propina.

En algún punto a lo largo de esta reflexión el mundo se ha ralentizado. Mientras que yo y mi pensamiento discutíamos por encontrar lo que era más racional, algún otro componente de mi cerebro decidió que ampliar la imagen de sus ojos ante la carretera sería la mejor elección.

Es entonces cuando te das cuenta.

Al mirar hacia delante ves como el pilotito rojo del semáforo se enciende. Se enciende el señor serio que no anda y con mímica te lo prohíbe a ti también. Le aguantas la mirada, intentando convencerlo de que cambie de opinión.

“Señor del semáforo, cambie usted de color y eche a andar, por favor”.

¿Es entonces? ¿Cuánto pueden pasar? Unos… quince segundos. Quince segundos que se extienden, y se extienden, hasta límites inconcebibles. ¿Cuantos días pueden caber dentro de unos segundos?

Estas sola. No. Estoy sola. Caminando a lo largo de un paso de cebra entre gente que pasa riendo las gracias de otra gente. Se ve una pareja de ancianos, ella medio calva a estas alturas, y el con manchas en la piel por la edad. ¡Pero son tan felices! ¡Ah! Y como no… Ahí está la magnífica pareja de la bicicleta, los dos juntitos dándose un beso pasional justo a tiempo para cortarte el paso.

Y mi mente sigue dando saltos hacia atrás a un momento que fue especial. Me siento como la gente de hace un par de siglos. Esos que pensaban que, ciertamente, era posible enamorarse sin haber tenido contacto con una persona. Y me compadezco de nosotros. No basta un encuentro. No basta un recuerdo. O quizás si lo hace… Y mi imaginación hiperactiva es la que pone el resto.

Una baldosa de rayas horizontales pasa.
Una baldosa de rayas verticales pasa.
Una baldosa de rayas horizontales pasa.
¡Mierda! He pisado la raya divisoria.

No puede seguirse así. Tenía la teoría de que cuando uno se antojaba de una persona podía olvidarla en pocos minutos al consumar algo con esta. También pensaba que si no era así, los minutos solo serían horas. Pero no había situado el factor “Yo” dentro de estas teorías.

Una baldosa de cuadros.
Una calle más antigua.
Unos muros algo cansados.
Unas esquinas que se tuercen y retuercen hasta hacerte perder la orientación.
Unas rejas y el espejismo de una funda de violín y un atril vacío.

Se oye un suspiro exagerado en medio de la callejuela y me revuelvo del susto. He sido yo, así que me he asustado por una estupidez. Suele pasarme el sobresaltarme cuando vuelvo a mi casa. Será por culpa de las callejuelas y la oscuridad que las come por las noches. Solo resuenan mis pasos, pero sigo teniendo la sensación de que alguien me sigue. ¿ El hombrecillo pelirrojo del paso de peatones?

Hmmm… Considero que la paranoia es una cualidad que está sobrevalorada, y que la protección es otra de esas cargas como la fe. Son cosas a las que les tienes que prestar atención durante demasiado tiempo… No se me da bien mantener la concentración en una cosa durante más de unos segundos. Ni siquiera puedo hacerlo con las canciones. Escucho los primeros 30 segundos y sin más ni más me veo sumergida en la nada. Nunca se decir que se me pasa por la cabeza en esos momentos.

El hombrecillo… Era una de estas personas que piensas que deben estar de broma. O eso, o se acaban de levantar de la cama con la ropa de ayer, y a parte son daltónicos. Llevaba una camisa larga de cuadritos blancos y celestes, con una camiseta marrón clara (o blanca sucia… no sabría decirlo), y unos pantalones color salmón, casi a juego con el color de sus barbas descuidadas. Llevaba unas gafas redondas y remataba su look grunge con unas deportivas de baloncesto. Tenía pinta de persona desequilibrada. No solo por su ropa, es obvio que los desequilibrados también pueden saber combinar la ropa, sin embargo este mantenía la mirada perdida, y chasqueaba los dedos y se acariciaba con ellos la palma de la mano.

Una puerta metálica con cristales (muy sucios por cierto) se cruza.
Un escalón, dos escalones, y así hasta quince escalones, se suben.
Un pasillo te abandona ante dos puertas. ¿Cuál eliges? ¿La izquierda o la derecha?
Ambas llevan a mi casa, pero a veces es divertido variar. Entremos hoy por la de la derecha.

La puerta de la derecha da a mi estudio. Adoro esta habitación. Ahí está mi piano de pared, mi equipo de música y todo lo indispensable en mi vida… Pero… Los cajones no deberían estar abiertos. La silla no debería estar tirada en el suelo. Los CD no deberían estar desperdigados por el suelo abiertos. Y por supuesto mi cuadro de la Noche de Van Gogh no debería estar rajado por la mitad.

Llego la hora de encontrarse sola.

“Piensa rápido”. El bolso debe soltarse con cuidado de no crear ni un solo ruido. Debo coger el abrecartas que hay sobre la mesa, y cargarlo a modo de arma.

El pasillo está despejado. El ventanal que da al patio de vecinos permite que una luz entre celeste y grisácea cubra las paredes y las puertas. A la derecha está mi habitación, pero no veo nada al asomarme un poco, abrecartas en mano. Al final del pasillo a la derecha está el salón, pero debería antes pasar por la cocina y coger un cuchillo de los de verdad, así que torceré hacia la izquie...

Un golpe seco me derriba. Estoy en el suelo tumbada y solo veo unos zapatos negros, ¿de charol?

- ¡Quiero que me digas dónde está! – Me grita una voz rota al oído mientras unos brazos extremadamente toscos me limitan la respiración.


- El dinero está en la habitación. En la habitación.- Conseguí dejar escapar entre mis cuerdas vocales aplastadas.


- ¿De que coño hablas? ¿Dónde está Viktor?


- ¿Quién es Viktor? – No es momento para jugar al juego del quién es quién. Siempre que nos imaginamos dentro de una situación extrema pensamos que tendremos tiempo para comentarios sarcásticos y memorables, para grandes frases, para saber retocar o esconder ciertos recuerdos. Pero la verdad es que si no eres una persona entrenada tu mente simplemente no reacciona.


- ¿Quién es Viktor? – Repetí al notar la presión, también en mi brazo, aún más fuertemente tras mi pregunta.


- ¡¡Déjate de gilipolleces!! ¡Hablo del hijoputadelviolín! – Pronunció estas últimas cuatro palabras como si de una sola se tratase, como si su nombre real fuese ese. – ¡Ese gilipollas se creyó libre de todo simplemente porque desapareció para venirse a esa mierda de ciudad sumida en la mugre a follarse a putas como tu!


- ¡Yo no se dónde está! ¡Te prometo que no se dónde está!


- Vamos zorrita. ¿Con quién crees que estás hablando? – La frase adquirió un tono sádico por momentos.- Te diré una cosa. Espero que encuentres a Viktor. Y espero, por tu bien, que le digas que le he encontrado, que le he echado de menos. Y ahora, ¿qué tal si te dejo un regalito para que te acuerdes?


Me empujó sobre la encimera, sujetó mi brazo izquierdo a mi espalda, pegando mi cara al frío mármol con su peso, solo para poder soltar sus dos brazos y agarrar mi brazo derecho. Con un cuchillo de mi cocina comenzó a recorrer un camino en zigzag a lo largo de mi muñeca hasta el codo.


- Nos veremos bonita.- Fue lo último que oí de el, eso y unos pasos que se alejaban a gran velocidad hacia la puerta de la izquierda (seguramente forzada).


En casos como estos, ¿cómo debe reaccionarse? Porque yo no lo se. A mi esto me queda grande. Solo hace media hora estaba nadando en mi mundo egoísta en busca de una excusa para odiar una imagen perfecta. Y heme ahí en el suelo ahora, sollozando, desgarrándome la garganta profiriendo alaridos mientras agarro con mi mano izquierda la muñeca derecha intentando cortar el reguero de sangre que se dispersa por las baldosas blancas.

Una baldosa blanca manchada de sangre se detiene dentro del tiempo.
Una baldosa blanca manchada de orín se corrompe dentro de una habitación.
Una casa se infecta de dolor y miedo.
Algo no físico en esa habitación se rompe.

9 comentarios:

  1. Oh... (se me han atragantado las onomatopeyas)

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  2. Joé, estoy sin palabras y eso que ya lo he leído dos veces. Dioses, sigue, te lo suplico. Ay, es que lo necesito. (Por cierto, le pegaba llamarse Viktor). No creo que este comment alcance a mostrar lo emocionada que estoy después de leerlo XD

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  3. Por cierto, una duda que me surge a voz de pronto: ¿La descripción del violinista es la misma que el violinista real de Sevilla?

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  4. (pnsaba k ya lo abia scrito pro sip, es un ombre 100% real ^^)

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  5. Quítome el sombrero. Realmente impresionante. Por tu vida (no, por las nuestras) escribe más.

    ¿Puede ser que cuando dejemos de pensar en que estamos sólos descubramas que a lo mejor no lo estamos tanto?

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  6. ¿De verdad que, después de haber fundado conmigo ELT, y después de saber que lo incorporé a mi nombre, me estás preguntando si pienso y analizo mientras escribo?

    ¿Lo estás haciendo realmente?

    ¿Es que no me conoces?

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  7. Además... creo que NUNCA he analizado tus relatos en ese sentido, ni he pretendido sugerirte cambiar nada, como mucho he dado alguna opinión entre alabanzas y descripciones de lo que me transmite lo que escribes... así que, me repito, ¿de verdad me estás preguntando algo así?

    ¿Es que no me conoces?

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