12/26/2009

Quimera

Busqué sin querelo la falta de compañía, entre las sombras de la noche, y los silbidos del viento. Buscaba sin querelo, vagaba automáticamente, dejando que el peso de mi torso cayera sobre las piernas, haciendo que estas se movieran, por simple inercia, no por otra cosa, no porque ellas, ni yo quisiéramos, solo porque sabía que estaba escrito.

Si me hubieran preguntado qué era aquello que estaba escrito, hubiera respondido, simplemente, que la búsqueda de compañía, tan innata, tan intrínseca en esta condición humana que nos ha tocado vivir. Lo simple de mis estructuras se veía siempre empañado por una compleja retícula de pensamientos. Siempre los culpaba a ellos, y a nadie más. Siempre culpaba a todos los demás, y no a mi. Dudo que la palabra siempre pueda servir para mi en ningún caso...

Y ahí vagaba, como todos esos días en los que las voces que resuenan tan fuerte me arrastran hacia dentro de mi cabeza y puedo notar como entre yo y mi cuerpo existe una división completamente clara. Mirar no es mirar, sino asomarse por un par de ventanas vítreas que se entrecierran al ritmo de mi apatía, esperando a ser elevadas por algo especial. El problema es que ellas no saben a que atender, por lo que se decantan por mirar las imperfecciones en el suelo de grava, el suelo de loza, el suelo enlodado de mármol...

La calle parece estar demasiado llena, hay demasiada gente, demasiadas motitas de polvo en el ambiente, demasiada luz, demasiada oscuridad, demasiado humo, demasiados pretextos para dejar de estar en un lugar y no sentirse cómodo en otro. Es el problema de no encontrar el problema.
Es el problema de rechazar el humo que intenta expandirse dentro de tus tripas, es... ¿culpa del tiempo?

Todos sabemos de quien es la culpa, la culpa es de la quimera que asoma a veces por las ventanas, la que me persigue a todos lados. Es culpa de la nostalgia y de la música. Es culpa de todo aquello que debe ser eliminado y que lucha por quedarse, es culpa de la enredadera de mi jardín, la que impide respirar a las rosas, y se pincha intentando asfixiarlas. No es culpa de nadie.

Cuán grande llega a ser mi confusión cuando me encuentro con mi quimera y le pregunto cuál es el motivo de su visita, a lo que ella responde que le apetecía romper mi calma, que las personas con una apariencia tan sosegada deben ser perturbadas y hacer uso de todos aquellos sentimientos humanos que rechazan.

Cuánto mayor se vuelve cuando otros intentan que explique su presencia y me encuentro desarmada y sin explicaciones. Solo puedo gritar “¡No lo se! Yo no quería que viniera, no la he llamado. No tiene razones para perseguirme.” Así que sigo vagando por las calles, subida al vehículo de las ideas mientras gota a gota noto como mi piel se enfría y el mundo despierta. Y espero, espero que al ignorar su presencia, el mito que llevo a cuestas decida volver a su cueva.

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