Me veo en los
ojos de los demás, me reflejo en los colores que enseñan sus
pupilas, e imagino cómo con un pequeño bisturí me convierto en un
clásico y rajo esas imágenes deformes que quiero olvidar. Cierro
los ojos, esperando que los murmullos del viento en realidad sean
llamas que rugen en voz baja para asaltarnos a todos por sorpresa. Si
abro los ojos, sólo en mi interior descubro la vasta llanura libre
que se esconde en algún punto de mi mente, donde se dice que existe
un nuevo país, o quizás al escribirla se haya desordenado esta
frase. Me muevo mientras estoy quieto y tumbado, a salvo de todo, de
todos y sobre todo de mí. En algún momento, el aire, he de suponer,
me acaricia, la conciencia me agarra con sus afiladas uñas y tira de
mis párpados con fuerza, ignorando mis suplicas. Mis ojos, los
reales, se abren.... El resultado es el que imagináis, el mundo
sigue allí. El techo me compadece, lo sé. Él me ha visto y debe
soportarme a diario, pienso que cada día está unos centímetros más
bajo, como el cielo, como toda esta ciudad que únicamente quiere oprimirme
y dejarme sin respiración. Que lo haga de una vez por todas. Piensa
que ganará, pero no sabe que deshacerse de mí es mi ganancia y no
la suya, yo ya hace tiempo que me fui, crucé las puertas. Ahora sólo
pueden ser dueños de mi cuerpo en descomposición lenta, en
decadencia cadenciosa. Yo sigo en la llanura en la que hay nuevos
brotes, no volveré a aceptar nada más que no sea el infinito.
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