1/05/2009

Anochece...

Te juro que no sabría explicarte que pasó anoche, y no, no bebí, se que se te hace difícil creerlo después de cómo me he comportado últimamente, pero anoche solo toqué una cerveza. Tengo la mente un poco aturdida y de la misma manera el cuerpo. Además, quisiera pensar que los recuerdos que conservo son producto de alguna droga alucinógena que consumí, pero puedo prometerte que tampoco consumí nada ayer, y que nadie se acercó siquiera a mi cerveza.

¿Recuerdas que salimos verdad?
Pues cuando tu decidiste volver a tu casa, yo todavía me quedé un rato en el pub, hablando con el camarero de esto y de aquello, era un hombre agradable que tenia mucho que decir sobre lo poco que entendía. En un momento en el que se alejo de mí para atender a las demás personas de la barra, se sintió una brisa fría correr por el rojizo bar, y luego una ráfaga de aire caliente, tan abrasador como el vientre de un volcán, y después todo se tranquilizó.
Al parecer fui yo la única en darse cuenta de que tales fenómenos meteorológicos habían ocurrido, ya que todo el mundo seguía con sus charlas y sus risas estruendosas en las mesitas redondas y las sillitas metálicas en las que se encontraban postrados.

Me levanté de la barra abandonando la cerveza y el móvil, y me interné en el oscuro pasillo que lleva al baño, tal y como si te guiara hacia el cuarto oscuro. Allí dentro todo estaba tan poco salubre como solía, el suelo siempre encharcado, lleno de papeles gracias a la contribución de gente tan respetable como limpia,había adquirido ya el tono marrón que acostumbraba a ciertas horas de la noche, y más en días lluviosos como este. Me asomé al espejo secándome las gotitas de sudor que se me habían escapado con la ráfaga de aire que parecía haber salido de metal incandescente. Estaba ya casi lista para salir, cuando empezaron a palpitar las bombillas de bajo consumo de la habitación. He de decir que salí casi corriendo por la puertecilla blanca, esperando que nadie notara la personalidad histriónica que me iba dominando por momentos.

Llegué a la barra y encontré en el lugar en el que estaba mi móvil, uno distinto, del mismo color, y el mismo tamaño, pero a la vista no se me hizo familiar, obviamente no era el mío, lo recordaría, y no me importó que el camarero me prometiese que nadie se había acercado a mi bebida o mi teléfono.

Dejé el taburete a un lado, saqué mi cartera, pagué al camarero y me dirigí a la puerta mientras me ponía la chaqueta y sacaba el paquete de tabaco para encenderme un cigarro en la puerta. Desde que en los bares no se permitía fumar, ya no disfrutaba igual del tabaco, el frío me congela los pulmones a la vez que inhalo aquello que me relaja. Debería dejarlo, siempre lo he sabido, pero nunca me ha apetecido hacerlo.

De camino a casa desde el bar siempre debo pasar por el parque que está rodeado de rejas de color negro. Adoro ese parque,ya lo sabes, porque justo en el centro hay un árbol inmenso. Me gustaría poder decir cual es su nombre, pero solo se que es extremadamente robusto y su copa casi dibuja una cúpula de media naranja. Justo debajo de él hay un banco en el que me gusta sentarme a leer algunas tardes mientras cae el sol. Aproveché ya que pasaba por allí y me senté en el banco de granito a observar los columpios mientras el cigarro se deshacía y el ritmo lento de la canción que escuchaba me invitaba a dormir.

Dudo ahora de si pude quedarme dormida mientras sujetaba el cigarrillo entre mis dedos y su calor y el sopor que me envolvía me hicieron ver lo que vi. No sabría decirlo, pero de repente, tras mi espalda llegó una corriente de aire gélido igual que la que me había sobresaltado en el bar, y tras esta una de aire caliente, como procedente de las entrañas de la tierra, y de nuevo vinieron las gotitas de sudor saliendo por los poros de mi frente.

Me giré a tiempo de ver como entre la corteza del gran árbol se distinguía una luz naranja, como si ardiera interiormente. Obviamente la parálisis momentánea que sufrí tras encontrarme tal imagen me impidió levantarme y salir corriendo. No podía despegar los ojos de las líneas que se dibujaban en la corteza por la luz, de veras parecía que estuviera repleto de lava. Y durante un segundo en el que me giré hacia los columpios para levantarme y acercarme a aquel extraño producto de la naturaleza, la luz desapareció.

Me senté de cara al lugar en el que había visto las llamas y encendí otro cigarro. Después de dar la primera calada noté que había alguien de pie detrás de mi espalda, al girarme con el corazón latiéndome a mil revoluciones encontré un joven de pelo negro por la altura de las costillas y unos ojos grises, del color de la plata casi se podría decir, por el brillo que contenían, tenía una expresión extraña, como de curiosidad, y parecía algo afectado por el frío aunque por su palidez parecía más bien alguien que viniera de climas fríos.
Le pregunté si quería algo, y me contestó que si había visto su teléfono, que tenía que volver y lo necesitaría en otro momento. Yo supuse que el que él había estado en el bar y el que yo tenía era el suyo y el habría cogido el mío por equivocación. Se sentó a mi lado mientras yo buscaba en mi bolso y comenzó a hablar sin mucho sentido.
“ ¿No son bonitas las noches en las que no hay más que silencio en las calles? El silencio es algo tan reconfortante… pero es tan frío, ¿no crees? ”

- Si, eso creo si…- Me apresuré a afirmar sin prestar demasiada atención

“ El frío me provoca un gran vacío en el corazón. Y el vacío me hace estar triste. Y la tristeza me hace odiar… Que divertidos son los sentimientos de un humano”

- Si, también a veces a mi me maravilla lo complicados que podemos llegar a ser, nunca contentos con nada y todas esas cosas.

“Buscáis un equilibrio que nunca llega a ser pleno, y eso os frustra. Siempre andáis en busca de eso a lo que llaman felicidad y no os conformáis con nada, tanto si es bueno, como si es malo. Pero si os veis al borde del abismo todo cambia dentro de vuestros cerebros. Una falsedad llevada a tal extremo que se convierte en verdad. No os imagináis las noches de entretenimiento que me habéis llegado a proporcionar.”

Volví a observarlo, sus ojos plateados brillaban con la luz de la farola que nos vigilaba, sin embargo no tenía nada fuera de lo común, una belleza que hacía que incluso me ruborizase si, pero solo era alguien normal, vestido con vaqueros y una sudadera negra, con un colgante plateado que no sabría describir. La conversación se hacía rara por momentos, pero yo quería que me diera mi móvil y no me interesaba hacerme la desconfiada para que se aprovechara de mi y saliera corriendo, además su voz era profunda y melódica y se hacía placentero escucharlo, por lo cual seguí hablando.

- Yo no busco la felicidad, ya hace tiempo que renuncié a saber que era, se que no existe de manera permanente, pero odio experimentarla y deber arrepentirme sobremanera más tarde.

“ Sólo ocurre eso si la buscas en el fondo de una botella Jolene…”

Lo miré fijamente con el rostro inclinado, como hacen los canes cuando parecen no entender algo, el sostuvo mi mano y cogió su móvil con la otra.

“Recuérdame, hoy no puedo quedarme durante más tiempo, pero volveremos a vernos.”

Tras esto, simplemente me besó suavemente en la mejilla, se levantó y se dirigió hacia al árbol. Ahora llega la parte que menos creo yo misma de mi historia, cuando rozó la corteza, la misma llama pareció encenderse detrás de ellas, hasta que se apartaron y dejaron que se entreviera lo que parecían unas escaleras que se internaban en lo más profundo iluminadas por un reguero de llamas que ardían en las esquinas superiores del pasadizo. El se giró, murmuró algo y sonrió para sí, me hizo un guiño y comenzó a bajar las escaleras mientras las cortezas volvían a unirse.
Yo me levanté algo aturdida, y decidí que llegar a casa lo antes posible era lo mejor que podía hacer en esos momentos. Esta mañana al despertar, después de dormir tan poco por conciliar el sueño tan tarde, pensé que había sido el sueño más vívido que había tenido nunca, me había encantado, mis personajes cada vez se hacían más interesantes. Sin embargo cuando toqué la mesita de noche con las llemas de los dedos en busca del móvil, oí el sonido de una cadena, una cadena de plata que sostenía un colgante que no sabría describir.

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