5/21/2010

Primavera en el abismo

Querida Alicia,

La noche se cierra a mi alrededor y no puedo dejar de pensar. He caminado todo este trayecto solo para darme cuenta de que no me gusta lo que hay al final del camino. ¿Es una necesidad abandonar la ignorancia y la inocencia y abrazar lo que es real? No hace falta que me contestes, de eso si creo saber la respuesta. Y todavía quisiera rechazar todo lo que he debido aceptar, porque me presiona por dentro. No se que es exactamente, pero no se parece a nada de lo que haya sentido antes. Creo que es miedo, pero no el miedo a lo esotérico o lo incierto que se alberga de niño. Es miedo a la certeza de un final, algo que debí aceptar hace mucho tiempo, y a lo que parece que le di poca importancia.

Desde hace un tiempo, he comenzado a oír el tañido de tantas cosas que aquellos que poseían la sabiduría me decían. Todas esas cosas ante las que yo asentía mientras pensaba lo lejos que estaban de que me tocasen, y en el fondo creo que creía que en realidad nunca llegarían, por lo que ahora, simplemente me he estampado ante la realidad. Ahora si entiendo todos esos recursos que utilizaba durante años de ebullición emocional, todos los que representaban sentimientos vacíos, meras imitaciones baratas de lo que tendría que venir.

Lo veo, y se que he perdido mucho tiempo jugando con cosas que realmente no entendía. Primero quise ser valiente, y analicé el miedo hasta la saciedad, describiendo todo lo que causaba duda, exprimiéndolo solo para enfrentarme a la emoción en si, para enfrentarme a la fantasía. Y ahora, oh ahora, el miedo me mira desde el otro lado de la habitación, mientras la luz se desvanece, y yo no soy capaz de mirarle directamente a los ojos. El me ha visto, lo se. Yo le he visto, y el también es consciente, pero se conformará con perseguirme desde cerca, recordándome cuando menos me lo espere lo fútil de todo.

Si alguna vez abracé las elucubraciones existenciales, ahora las desprecio todas. Si alguna vez abracé el camino del cinismo y la esterilidad, ahora escupo sobre ellos y desearía rebajar mis pensamientos al límite de la dependencia en algo que me enseñara otro camino. Por supuesto que la creencia en un Dios prevalecerá. Siempre viviremos en rebaños cobardes que no acepten cual es su destino. ¿Y eso? Pues porque no podemos entender como después de todo lo que hemos desarrollado, todo lo que hemos creado a partir de un simple animal nómada no signifique nada.

Pero es así. Nada. No significa nada.

Se me llenan los ojos de lágrimas y el estómago quiere vomitárseme, si la palabra siquiera existiera. Siento la desnudez de un niño cuando despierta solo en su habitación después de una pesadilla, solo que yo tengo la certeza de que mi pesadilla es algo completamente real. Y no temo al momento de la muerte, pues se que después no sufriré nada. Solo quiero deshacerme de esta sensación que me acosa, todo ese vacío del que siempre me han hablado y que incluso yo había utilizado y nunca había comprendido... Quiero que se vaya... Prefiero vivir en la felicidad ignorante mientras voy aceptando el paso a... la nada...

Querida Alicia.
Me he abandonado a mi mismo dentro de estas paredes. Hay gente aquí, y sin embargo no me veo capaz de hablar, y siempre que lo intento me salen palabras que no quisiera que estuvieran ahí. Los ojos me pesan, y las lágrimas me escuecen, pero el sueño me amenaza y no quiero rendirme tan fácilmente a el. Alicia, dime,¿crees tu que si alguien pudiera encontrar la manera de traspasar la barrera de la locura lo haría?, ¿lo harías tu para dejar de sufrir ante la crudeza de tu sino?

¿Cuántas barreras estarías dispuesta a cruzar para escapar cuando llegara el momento?

5/13/2010

Un atisbo del verano

La realidad me odia y no me deja escribir...(ah, y si, es algo así como un burdo intento de imitar [algo así como] un castellano antiguo xD)




- Le traigo malas noticias señor. Es sobre vuestro hijo el príncipe...-

- Dígame pues, ¿qué es lo que le ronda la cabeza estos días?

- Señor, vuestra merced sabe que su hijo ha vivido la primavera despreocupada de su juventud, a lomos de la inconsciencia y saltando obstáculos con una mezcla entre destreza y pura suerte, la suerte que al parecer lo bañó al nacer.

Pues bien, en este camino hacia el verano, en el que los brotes se han hecho frutos que brillan con todo su esplendor, su príncipe ha descubierto que dentro de poco será rey, y tendrá que hacerse cargo del reino, pero no comprende para nada cómo podrá hacerlo. Dícese para nada preparado o merecedor de tal afrenta, dícese ofendido por la responsabilidad que recae sobre sus hombros.

Señor, su hijo dice haber perdido la vista, porque no concibe en su mente un horizonte lejos de lo que conoce, no comprende cómo habría de conquistarlo o porqué razón. “¡Ciego! ¡Ciego!” Grita en sus aposentos, y resuenan límpidas sus dudas cada vez que le oigo hablar. “¡Ciego!” Dice estar, y dice no poder ver su imperio desierto, ese al que viajaba todos los días y todas las noches desde las ventanas del palacio, el que se veía tras los sanguinolentos campos de amapolas, ahora marchitas. Su príncipe señor, siempre fue rey en sus ensoñaciones, y ahora sueño y realidad han unido sus dedos bajándolo hacia un campo de batalla en el que uno y otro luchan. Las espadas de la duda chocan contra su necesidad de volar y ya dice no poder seguir simulando querer otro futuro, porque no existe.

El tiempo secará los frutos de los que ahora disfruta y no quedará más que el mero recuerdo y quizás alguna prenda que conserve su olor. Y toda la belleza que ahora admira a través de sus vidrieras enmudecerá con la caída del sol. Si señor, su excelencia ya lo está viendo, lo que a su hijo le ocurre es que tiene miedo.

Cavila y cavila a diario solo, caminando por el jardín francés en busca, dice, de una meta que le haga mantenerse en pie. “¡El imperio!” Volví a insistirle. “¡El imperio mi señor!¡Piense en lo que pudiera ser su reino si quisiera tan solo tomar la tierra de grado o por fuerza!”

Para oír más negativas “No debiera yo tomar una tierra que nunca tuvo mi nombre. No debiera regir unas gentes si ni siquiera supe cuidar una sola doncella”. Y pensó poder desviar la cuestión con sus escarceos, y su fama de Don Juan venida a menos.

“No hay meta, no hay razón. No habrá castillo, ni imperio, ni nuevo sol. Nada de nuevas ideas, ningún nuevo Dios. Ningún nuevo pensamiento, ninguna revolución. No habrá cambió ni renacimiento, ningún día, ninguna nueva canción. No recuperaré mi vista, ni volveré a caminar lejos de estos muros de piedra. En esta, mi morada me he visto atrapado entre la hiedra. Y aquí he de oxidar junto con el tiempo, y ha de ser el frío mi único amigo y el musgo mi compañero cuando llegue el invierno”.