2/28/2009

Anochece 8

- Me voy de esta casa.



- ¿Si? ¿Puedo saber porqué?


- Porque no puedo estar aquí dentro ni un segundo más.


- Sabes cual es mi respuesta, y ya se me está acabando la paciencia contigo. Se que tengo que apoyarte, pero no puedo curarte si tu no quieres hacerlo.


Yo ya había vivido esa conversación alguna vez.


- No hay nada que curar. Estoy bien. Solo quiero irme a casa y que todo vuelva a ser normal.


- Nunca has sabido mentir. Supongo que porque no quieres hacerlo. No sabes ni engañarte a ti misma.


- Me odias.


- ¡Dios! ¿Porqué haces eso siempre? ¿Porqué lo vuelves todo en tu contra? ¿Porqué es el mundo el que tiene la culpa? Tu solo eres una pobre niña indefensa y necesitas compadecerte constantemente, ¿es eso lo que quieres?... ¿que me compadezca de ti?


Yo ya había vivido esa conversación alguna vez.


- No quiero volver a verte.


Y creo recordar que esas fueron las últimas palabras que dije también…


He escapado. Mis maletas ya estaban hechas delante de la puerta, y las llaves de la salida de la carretera estaban en el mueble de la entrada. Salí haciendo mucho ruido, como si estuviera enfadada. Sin embargo contenía las lágrimas tras mis ojos.


No es que no quiera curarme, es que no se como. No tengo ni idea de cómo salir de esto. No se que camino hay que tomar. No se, ni si existe tal camino. Pero, en principio, tomaré el de la carretera.


Una hora, en un coche desconocido, en silencio, junto a un extraño. Un momento un tanto incómodo para la mayoría, la paz momentánea para mi. Durante esa hora solo debía preocuparme de que la batería de mi reproductor de música no se terminara. Solo debía hacer eso, y mirar por la ventanilla como las rayas discontinuas de la carretera se unían, pasando a toda velocidad.


En esos momentos nunca estoy. Aunque, en realidad, tampoco lo esté ahora. Es como si te subes a un puente, de los que pasan por encima de la carretera. Todos los coches fluyen en armonía. Decisión – acción. Todo es automático, todos los engranajes funcionan a la perfección. Ves como todas esas vidas, de personas a las que nunca conocerás (aunque tampoco te interese), encajan. Tu los puedes ver a todos, como se mueven, como son, aunque solo sea durante un segundo. Pero ellos no te ven a ti.


Salgo del taxi y entro en la estación. Todos andan buscando su vía. Yo también. Yo los veo a todos, pero ellos no me ven. Tú si lo hacías. Yo me hacía visible ante tus ojos.


Hoy he conocido a alguien en el tren. Yo estaba sentada en uno de estos compartimentos, que se comparten con al menos otras quince personas. Doy gracias a los que dispusieron así el tren. Relacionarme con gente era justo lo que necesitaba. (Lee mucho sarcasmo entre las silabas de esas palabras).


Una chica se ha sentado a mi derecha. Una chica de pelo largo, cobrizo, de piel blanca y algunas pecas, con los ojos marrones y la nariz pequeñita y respingona. Llevaba los auriculares enchufados directamente a los tímpanos, igual que yo. Y leía una revista de Junio. Lo sé, porque yo la compré. Hablaba de la muerte de un cantante famoso, de conciertos, y cosas así. Era la definición perfecta de revista de música. Pero no es por eso por lo que la guardé.


En la página 52 había un relato que me llamó mucho la atención:


“ - Buenos días Pedro. Son las doce de la mañana, y hoy es el día de tu cumpleaños. Los setenta deben ser una edad magnífica. Mi madre decía que la edad que tenemos, solo demuestra todo el tiempo que hemos pasado aquí, y supongo que también la sabiduría que hemos adquirido.

Hoy tenemos que ir a casa de su sobrina Irene. No debería decírselo, pero creo que le han preparado una fiesta sorpresa.


Pedro se levantó de la cama con actitud dócil, y siguió a Cintia a lo largo de la casa mientras ella revoloteaba limpiando esto y aquello. Comió lo que le dieron, se vistió con la ropa que estaba tendida sobre la cama, y se preparó para ir a casa de Irene.


- ¡Felicidades tito Pedro! Llegaste a los setenta ¿eh?, pensé que no lo conseguirías.


Esa era Irene. Pedro sonrió levemente y se sentó en la mesa, mientras le cantaban, mientras comían, reían y bromeaban. Era una gran fiesta, sin duda. Todos se paraban a abrazarlo y a dirigirle unas palabras.


- Pedro, esta edad es de oro. Ya solo tendrás tiempo para cuidarte y hacer lo que quieras. ¡Quién pudiera!


Y así pasaron las horas, de aquel anochecer de primavera. ¿O quizás era de verano? Las estaciones pasaban tan rápidas para él...


- Bueno Pedro, creo que va siendo hora de que vayamos a su casa y lo acostemos. Es muy tarde, ¿no cree?


- Si, si, estoy de acuerdo. Oye, antes de que te vayas, quiero hacerte una pregunta. ¿ Quién es ese tal Pedro?”


Mi teoría dice que cuando un ser humano satura su memoria, seguramente de pensamientos negativos, esta reacciona borrando todo aquello que molesta. En ese caso, Pedro estaba saturado de sí mismo y desconectó.

Bueno, pero yo te hablaba de la chica que se subió a mi lado. Era realmente bonita, algo altiva, pero tenía un punto de dulzura. Pues, en algún momento, mientras yo miraba por la ventana, ella habló.


- ¿Es correcto olvidar? . – Dirigió hacia mí unas pupilas, algo dilatadas.


- ¿Olvidar qué?



- Ves, ya no lo recuerdas. El colgante.


- ¿De qué me hablas? . – No se si lo recuerdas, pero soy todo un imán para los locos.


- Hablo de este colgante.


Metió una de sus finas manos dentro de un bolso de cuero rojo oscuro, a juego con la chaqueta de vaquero rojo, y de dentro salió una cadena de plata, algo grande, con un colgante que no sabría describir.


- Has olvidado el colgante Jolene, me has decepcionado.


Acto seguido desperté. Esas son las consecuencias de pasar toda una noche en vela, esperando a un acosador imaginario. La chica estaba ahí sentada a mi lado, sin embargo no vi en su rostro rastro de un mínimo interés por lo que yo estuviera haciendo. Al menos, a ella no la imaginé.


Ese colgante lo había visto antes, Daemon me lo había guardado en el bolso el día que lo encontré en el árbol, pero yo ya lo había visto antes de eso. Recuerdo sostenerlo en mis manos, y resuenan en mi mente las palabras “No se lo que es, pero puede ser lo que tu quieras”. Creo que se lo regalé a alguien...


Dios, me duele la cabeza cada vez que tengo esos flashes, prefiero no pensar en ello, y dormir un rato. Ahora es lo único que tengo que hacer, es lo único que me hace falta.

2/24/2009

Anochece 7

Escucha. No se oye nada en quilómetros a la redonda. Esta casa es tan pacífica cuando está vacía...

He descubierto el motivo por el que mi hermano me trajo aquí. Llevamos tres días de estancia, por lo que decidí preguntarle cuánto tiempo tenía pensado que nos quedaramos en el campo, a lo que el contesto así:


- Jolene, todavía me quedan dos días de vacaciones... Y... sabes?... He pensado que quizás sería divertido que vivieramos aquí juntos durante un tiempo... En fin, Marta y tu... Bueno, os llevais bien, y a lo mejor ahora te haría falta estar junto a alguien... Ya sabes... Acompañada...


- ¿Quieres vigilarme? ¿ Es por eso por lo que Leo vino a mi casa? Pensé que quería dinero, pero en realidad lo unico que quería era ver como andaba la hermana depresiva, ¿no? Me dais asco.


- Jolene.- Hizo una larga pausa, en la cual no parpadeó ni un segundo, intentando socavar mis ganas de pelear.- Sabes que nada de lo que hacemos lo hacemos con mala intención. Sin embargo somos conscientes de que ya antes de que el desapareciera, tu tenías serios problemas. Primero lo de papá y mamá, después lo de mi enfermedad, la indiferencia de Leo, tu frustración general y tu perdida de fe hacia el mundo.Y eso... Ahora el desaparece sin motivo aparente, y sin dejar rastro. Y no tengo ni que contar tus excesos con la bebida y la marihuana y tus ataques violentos y depresivos de después de consumir.


- Eso pasó...


- Si, efectivamente pasó. Esta en todas nuestras mentes, aunque ya no sigas haciendolo. ¡Pero mírate! Tu si que das asco físicamente, desarreglada y con unas ojeras que parecen nubarrones. Además, estás en los putos huesos. Hazte un favor y quédate aquí con nosotros. Solo será durante un tiempo, y cuando crea que estás bien iremos a buscarte un trabajo. Borraremos los malos recuerdos y podrás volver a tener una vida normal.


- ¿Cuándo tuve yo una vida normal?.- Susurré mirando al suelo.


El gran C, como tu lo solías llamar me miró, cerró los ojos con expresión dolorida y se levantó de las sillas de madera nacarada del jardín. Me dejó allí, contemplando la inmensidad de los campos cultivados, y la piscina de fondo rajado. Hasta donde yo recuerdo, esa piscina siempre ha estado así, rota. Como los 5 últimos años de mi vida... Malditos. A lo mejor es la hora de que me disculpe contigo... A lo mejor el Gran C si tiene razón y yo debería quedarme aquí con él, e intentar olvidarlo todo. Olvidar la compasión y mi actitud despectiva hacia mi misma y todo lo que me rodea. A lo mejor...


Después de esa reflexión, entré en la casa, donde estaban Marta y C sentados en el sofá, con grave expresión. Les conté la conclusión hasta la que había llegado, y también les sugerí que no me había gustado para nada que me engañaran para llevarme hasta la casa de campo. Odio que me engañen, hasta donde puedo recordar, todavía soy una persona que puede razonar... O bueno, teniendo en cuenta todo lo que me ha pasado últimamente, quizás no, pero en fin, prefiero que las cosas se me digan directamente.


[...]


Disociación de la personalidad... ¿Podrán verse alucinaciones cuando uno tiene la personalidad disociada?... ¿Pueden verse alucinaciones cuando uno ha abusado de las sustancias psicoactivas?


Si eso es realmente posible, he encontrado una explicación a mis encuentros con Damon. Si, ya tiene nombre. Los ojos de plata corresponden a Damon, como el ha decidido desvelarme. C se ha ido con Marta a la ciudad, a arreglar unos temas de trabajo, a por comida, y un par de cosas "imprescindibles" según me han dicho, yo me he quedado sola en la casa.

Recorriendo el pasillo de la segunda planta, hay un punto en el que se oscurece. Es el pasillo al que yo no me acercaba nunca cuando era pequeña. Al final de ese pasillo hay otra escalera, de paredes blancas y de escalones ondeantes, llena de polvo, por supuesto. Cuando las bajas, se llega a un trastero que comunica con el jardín, o bien puedes dirigirte directamente a la cocina. Este lugar apesta a abandonado.


Existe algo en esta casa que yo no recordaba. Junto al trastero hay una especie de ventanita hecha al completo de madera que comunica con una sala completamente a oscuras. Tiene un olor asqueroso, como si hubiera un animal muerto dentro. Mi hermano cerró el pasillo de arriba y la puerta que comunica la cocina con el cuartillo y la escalera. Decía que en algún momento lo reabriríamos y construiríamos algo que valiera la pena, o lo venderíamos para alguien que se interesara en explotar el campo. No creo en los candados, ya sabes lo que me gusta explorar, y recordar viejos momentos, a veces creo que soy una persona de 60 años, en el cuerpo de una en los veintitantos. Pues imagina lo que he hecho hoy después de que se fueran mi hermano y mi cuñada. Me he internado en las entrañas de la casa, para dirigirme al cuartillo y desenterrar del polvo de la memoria mis juguetes de cuando era pequeña.


Ahí estaba el ventanuco. Me acerqué con curiosidad, y recordé el momento exacto en el que mi hermano y yo, cuando correteabamos jugando por la casa lo encontramos. Comenzamos a desvariar intentando adivinar qué era lo que se guardaba tras aquella puertecilla y por dónde se accedía directamente a la habitación. Siempre pensamos que por detrás existiría una puerta por la que entrar, pero por ese lado de la casa hay mucha vegetación y nos daba miedo intentar adentrarnos de noche entre los árboles (único momento en el que sabíamos que podríamos escapar de nuestros padres), para encontrar una puerta a un cuartillo de las herramientas cualquiera. De todas formas, me vienen flashes a la memoria, imágenes de la parte de detrás, de mi misma apartando unas ramas, de una puerta... Pero creo habermelas inventado...


Abrí la puertecilla, acerqué mi cara con el pulso acelerado, hacia la oscuridad, con las fosas nasales cerradas para evitar el olor a podredumbre que había dentro, con la respiración temblorosa, debido al miedo irracional de encontrar algo que se mueva en la oscuridad. "¡Ahhh!" Alcancé a escupir, cuando unos ojos aparecieron a una velocidad vertiginosa ante los mios. Caí al suelo de espaldas. Cuando pude controlar mis funciones motoras, intenté forzar la puerta de la cocina, y correr hacia las escaleras, tropezando con los escalones, subiendo torpemente, cruzando el pasillo, recorriendo todo el salón de abajo, cogiendo las llaves de la casa de la mesa donde almorzamos e internándome en el camino que llega a la carretera, mientras el sol caía en el horizonte.

Podía ver las puertas metálicas.


Era mi salida. Estaba ahí ante mi. No podía apenas pensar. Solo quería salir de esa finca, pero la puerta estaba cerrada. Mi hermano seguramente había pensado que yo podría cambiar de opinión, e irme tranquilamente a mi casa, o a algún lugar en el que no me encontraran. Una historia del estilo de la de Agatha Christie... Quién sabe... Lo importante es que un candado de un centímetro y medio de grosor me separaba de la libertad. Intenté también trepar por las rejas, pero cuando me encontraba en esa posición tan comprometida, con unas mallas y una camiseta de pijama, con el paquete de tabaco entre los dientes, los cascos del ipod todavía en los oídos, las gafas repletas de gotitas de sudor y las llaves enganchadas en el dedo meñique. Sonó la voz, tan familiar como extraña para mi.


- ... huir ...mi? ...alturas ...aceptado ...tu vida.


Bajé de la verja y apoyé la espalda contra ella, deshaciéndome de los cascos y el paquete de tabaco para poder hablar. Mi expresión le dijo que yo no había oído todo lo que me había dicho, así que con un gesto de impaciencia lo repitió.


- He dicho, que si nunca te cansarás de huir de mi. Que a estas alturas deberías haber aceptado mi incorporación a tu vida. Oye, es una mala costumbre esa que tienes de ir siempre enganchada a dios sabe que música sin respetar a los demás, que puede que estén interesados en hablar contigo.


Asentí, todavía sin saber que decir, mientras él se impacientaba.


- Venga, volvamos a la casa, aquí hace mucho frío.


En realidad lo hacía, no lo había notado hasta que paré de correr y el sudor se me congeló sobre el cuerpo con las ráfagas invernales.


- ¿Cómo me has encontrado aquí?


- Una corazonada... Los mensajes de tu contestador... ¡Por Dios! No hago más que aparecer de la nada, y tu me preguntas que cómo te he encontrado. Te esperaba un poco más despierta después de tres dias sin acercarte a la bebida o lo que sea.

Respondí con el silencio.


- Muévete.- Me ordenó, y lo seguí con la devoción y la renuncia de un esclavo a su nuevo Dios.


- Es bonito el campo en esta estación, ¿verdad?


- ¿Vamos a hablar del tiempo otra vez?


- Solo trataba de dar conversación. Eres una chica excesivamente irritante, ¿lo sabías?


- Algo de eso me han dicho un par de veces.


Nos mantuvimos en silencio, ambos, hasta que llegamos al portalón de madera. Nos sentamos al lado de la chimenea, que contenía todavía algunos rescoldos del fuego que encendió mi hermano. El se acercó a las leñeras y cogió un par de trozos de madera y los tiró al fuego. Tan pronto ambos calleron sobre las brasas, un fuego devorador comenzó a arder. El se puso en cuclillas, con sus vaqueros, su camiseta blanca, y su chaqueta de cuero, al más puro estilo rocker, mientras acercaba sus manos demasiado a las llamas.


- ¿Como debo llamarte?


- ¡Ah! Por fin me lo preguntas educadamente chiquilla. Lo estaba esperando, ¿a que no era tan difícil?.- Le dió una entonación jovial a la frase, pero volvió a su expresión grave, cuando encontró la más pura neutralidad en la mia. - Tengo muchos nombres en realidad, pero prefiero el de Dáimôn. Entónalo como quieras. Se que te gusta el inglés. Deduzco por tu nombre y el de tu hermano que a tus padres también. Así que llamame "deimon", Damon, Daemon... Como quieras. Eso no me importa.


- Daemon... Ese es el nombre de una de esas criaturas mitológicas... Espera... Es uno de los nombres del demonio,o algo así, ¿no?


Se oyeron unas carcajadas inmensas, que hicieron eco por toda la habitación.

- ¿Acaso es eso relevante, querida?


- Bueno, no lo se. Estoy a medio camino de pensar que estoy loca, y a mitad de pensar que eres un angel negro, un acosador, un pirado... Me rondan la cabeza muchas teorías.


- Realmente no importa quien yo sea, es lo que llevo mucho tiempo intentando que entiendas. Solo quiero que recuerdes por qué vas a venir un día conmigo. Ya parece q...


- ¡Contigo?... ¡Cómo?... ¡Dónde?...


- Hablaremos de tu castigo cuando sepas cuál es tu crimen.


- ¿Por qué no me lo dices? ¿Qué demonios he hecho para que no dejes de perseguirme? ¿Es ese tu juego? Eliges a una persona, a ser posible una inestable, y comienzas a implantarle estúpidas ideas en la cabeza, hasta que la persona se vuelve loca y... ¿y se suicida o algo así?


- No. Escojo a personas que han hecho algo mal, que han torcido sus vidas hasta un punto en el que no existe retorno. No tengo por qué hacerlo yo, pero me divierte mucho hacerlo con esos que no recuerdan lo que hicieron.


- Es que yo no he hecho nada.


- ¿Seguro? Solo te diré una última cosa antes de irme. Junio del año pasado. Antes de tu cumpleaños lo recuerdas todo. Pero desde ese día hasta comienzos de octubre no recuerdas nada, ¿me equivoco?


Tras esto, y como siempre hace, desapareció. Cruzó las puertas correderas del salón, y cuando quise alcanzarlo para zanjar la conversación y despejar mis dudas, el ya no estaba en el comedor. Comprenderas que mañana por la mañana, en cuanto mi hermano abra las puertas del camino, llamaré a un taxi y volveré a mi casa. Se que el puede llegar allí cuando quiera, pero al menos se que tengo gente cerca mia. La próxima ciudad está a unos veinte minutos en coche, y no me apetece embarcarme en un viaje, internándome en la oscuridad de las carreteras. No se si el sigue aquí, pero me consuela pensar que si hubiera querido acerme daño, ya lo hubiera hecho. Hoy intentaré dormir algo con la luz encendida, pero será cuando vea amanecer, cuando esté segura de que el no va a volver a por mí.

2/13/2009

Anochece 6

Estoy despierta, estoy despierta… Estoy segura de que estoy despierta. Al menos en parte.
Rezo por que llegue el día en que despierte y no me encuentre más cansada que el anterior.
¿Sabes? Que le jodan a las escaleras de caracol. No volveré a subir allí, ni iré a ningún otro lado que me produzca esa grave sensación de pesar, el parque, el bar, la playa…

Mi hermano ha llamado esta mañana, mientras estaba tumbada en la cama, a medio despertar, en la oscuridad que me invita a pensar que estoy en otro lado, en cualquier otra parte, como allí, en la playa, como ya te he dicho. Como aquel día en que me sacaste de mi casa para alejarme de mi estúpido mundo interior y recordarme cuánto me gusta el mar, y cuán grande es en comparación conmigo. ¿Recuerdas como era yo antes?

Claro que lo recuerdas, si ves que he vuelto a caer. Pero, me refiero a antes de eso, antes de que te agobiara noches enteras, cuando te quedabas después de que todos se fueran y me preguntabas “¿Cómo estás?”, para que yo contestara con un leve “Bien”, y tu simplemente fruncieras el ceño, como siempre hacías, y dejaras que yo vomitara una retahíla de cuentos de final triste, que se convertían en mi particular conejo blanco, en mi propio nivel del infierno, del cual, por desgracia, no quería salir.

Pero antes de eso, yo sonreía ¿verdad? ¿Recuerdas que lo hacía? Y despejaba mi mente, y realmente oía a la gente, y todo aquello que tuvieran que decir. Y me fijaba en cada uno de los recovecos impensables de las construcciones, de las calles, de las plantas y las miradas, sin necesidad de ninguna droga para poder relajarme y decir, “Hey, la cosa no está tan mal, el tiempo lo cura todo”.

Y eso es lo que tengo ahora, tiempo. He dejado el trabajo, ya no aguantaba más, tener que excusarme casi a diario y responder las llamadas de compañeros “preocupados”. Ya no creo en las buenas intenciones gratuítas.

Te escribo desde la casa de campo de mi hermano. Esa que nos dejaron nuestros padres, en las que tantas veladas hemos pasado entre muros medio derruidos. Estoy en el salón, en el sofá que tiene pájaros y flores amarillas (al que nunca he tenido en mucha estima). La chimenea está apagada, y en las leñeras no hay madera, sinceramente, hace muchísimo frío, estoy aquí escondida entre las mantas, mientras todos duermen. Son las 0:46 según el reloj.

Mi hermano me llamó ayer por la mañana. No me preguntó nada, solo soltó un par de sus bromas estúpidas, las que me ayudan a olvidar el poco tiempo que nos queda juntos. Tras eso, me obligó a viajar con él a la casa de campo. He viajado durante tres larguísimas horas en un tren en dirección a la inmensidad. El campo estaba y está maltrecho, y las hojas de los árboles se agitaban violentamente en cada parada. No he podido fumar hasta que he llegado. Dios, hasta ahora no me había dado cuenta de lo necesario que es para mi, igual que escribirte.

Serán tres días de distracción sana, no como últimamente.
¿Te he contado lo de los sueños? Los que no son tan vívidos y me hacen pensar que si pertenecen al mundo onírico. Esos en los que veo a un hombre, alto, con el pelo por los hombros, rubio y rizado, con la piel blanca y ojos color miel, su cara siempre está difusa. Me tranquiliza verlo, sin embargo no se quien es. Siempre lo veo en la puerta de mi casa, a través de la mirilla, esperando, mirando al suelo. Después, la puerta se abre y el me atrae hacia él con sus brazos. Pero a medida que pasa el sueño, por su cara cruzan innumerables corrientes de emociones. Tras la alegría de un principio, llegan ademanes de decepción, después la preocupación sincera en sus ojos, y más tarde una profunda oscuridad teñida de una actitud ausente, como si su mente se hubiera apartado de la situación para dejar de sufrir. Es como la cara que yo veo todas las mañanas en mi espejo. Tengo la sensación de conocerlo, y me duele ver como su expresión jovial se retuerce al máximo… Esos ojos del color de la miel…

En fin… Mi hermano me ha preguntado hoy que cómo me encontraba:

“ ¿Que tal te encuentras Jolene?”

- Bien, podría estar peor. Lo del trabajo solo ha sido otra de mis chiquilladas, ya me conoces.

“ Por eso mismo me… En fin, que te voy a decir, soy tu hermano mayor, no tu padre. Pero creo que no deberías guardarte tus sentimientos por… Ya sabes… Lo que pasó.”

- ¿ A que te refieres con lo de lo que pasó?

“ Lo del pequeño gran artista”

- ¿Ah, te refieres a que se fuera? Bah, le hecho de menos, pero le envío cartas, o e-mails cada vez que puedo, espero que algún día las conteste.

“Pero Jolene, sabes que no puede hacerlo”

Después de esta frase, su mujer nos interrumpió y la conversación terminó con uno de sus largos suspiros, acompañado de una mirada profunda y fraternal, llena de pena. No se a que se refiere con que no puedes contestarme, ¿estás bien no? Veras como cuando vuelvas todo será mejor. Quiero prometerte tantas cosas que, seguro, cumpliré. Dejaré de beber, de fumar, volveré a escribir, dejaré de encerrarme en mi misma y mis pensamientos, volveré a mirarte como los días en los que te reías de mi cara de pánfila cuando me abrazabas durante horas y yo me maravillaba pensando que pudiera estar contigo.
Sabes que todavía te quiero. Lo sabes. Y tienes que quedarte conmigo para siempre, como me habías prometido. Para siempre, sea eso cuanto sea.

Bueno, es la 1:19 y la mujer de mi hermano ha bajado preocupada, preguntando si quería una pastilla para dormir. Me tomaré dos a ser posible, jeje.

2/09/2009

Anochece 5

Poco recuerdo los días que despierto después de beber. Poco recuerdo, pero es incluso menos lo que quisiera. Maldito sentimiento de melancolía que sigue al despeje total de mi mente y a las plásticas sonrisas.


Hoy he salido, pero, ha sido solo para comprar tabaco en el estanco de enfrente. El señor que trabaja dentro sigue siendo el mismo calvo irritante que siempre me miraba con deseo cuando entrábamos por la puerta, el insoportable hombre de pedante mirada y obsceno gesto.


Pero yo ya no veo sus caras, las de nadie, solo atravieso las puertas mirando al suelo, y cuando miro a los ojos de las personas, no son personas lo que veo, y recuerdo aquellos días en los que cuando dirigía mis pupilas a las de otros podía encontrarlos tras ellas, son sacos de huesos vacíos de cualquier tipo de respeto o afecto por mi parte.


Tras volver a toda velocidad, cruce mi puerta, observe a mi alrededor por si debiera sorprenderme de nuevo y decidí, o más bien reaccioné instintivamente girándome, cerrándola y subiendo las demasiado porosas escaleras.

Nunca hemos subido a esta azotea, pero ¿recuerdas aquel día que subimos a la de la casa de mi familia? Fueron cortas horas mirando al mar infinito, en simbiosis con el cielo… Deteniendo el tiempo, como siempre hacíamos cuando estábamos juntos, mi pequeña persona atemporal, mi pequeño enlace al mundo de la distracción y el alivio. Pero tu ya no estás…


Perdona que desvaríe, pero todavía se me hace duro tener que mentalizarme de ello.

Pues, la azotea te decía… La azotea es esa parte de mi edificio con muros que invitan al suicidio de alguna manera, así cuando los ves por primera vez, y te transmiten lástima y vejez, desuso y la melancolía que los de este estilo despiden con el paso de los años. ¿Sabes que mi azotea tiene unas escaleras de caracol?

Son unas, como las estarás imaginando ahora, metálicas, negras de acero, supongo, con motivos vegetales entre la barandilla y el escalón. Las escaleras llevan a una segunda azotea, pero siempre han estado “precintadas”, aunque solo verbalmente. La comunidad de vecinos nos aconsejaba nunca pisarlas, por inseguras, quizá, yo eso nunca llegué a saberlo, pero respeté las órdenes como miembro obligado de la misma. Sin embargo, hoy era el día de observar los edificios desde lo más alto, porqué no… Esas cosas relajan a la gente, y yo necesito expulsar mucho veneno… demasiado…


Al principio puse un pie en el primer escalón esperando a que se desprendiera del eje sobre el que se articulan, pero no lo hizo, por lo que seguí subiendo hasta encontrarme sobre un llano lleno de piedrecillas, charcos, y una puerta que debía ser la que conducía de nuevo al rellano de la última planta. Era perfecto, así de vuelta no tendría que sufrir el vértigo que siempre me entra cuando bajo unas escaleras de caracol, intentando ver el final, y solo viendo un peldaño y otro, y otro más girando bajo tus pies.


La vida es una escalera de caracol, descendente o ascendente. Cuando es descendente, tienes vértigo, miedo, un sentimiento agrio entre la garganta y el estómago, y desesperación por no encontrar el último peldaño. Entonces tu escalera es negra, y a parte de ella, solo está el vacío, oscuro y obscenamente grande. Cuando es ascendente, tienes ilusión por seguir subiéndolas, por ver que tan alto puedes llegar, sin saber a donde van, pero viendo una luz en su término.


Pero el caso es, que las escaleras de caracol me asustan y preferí cruzar la puerta gris y algo oxidada de la segunda azotea. Giré el pomo con un esfuerzo sobrehumano. Deduzco que no suelen pasar muchas personas por allí.


La puerta no daba al rellano, ¿sabes?, daba a un pasillo sin luz, sumergido en humedad. Quise salir, pero se cerró tras de mi cuando me asomé para comprobar si conducía a las escaleras.

Se abría un largo pasillo ante mi, a oscuras completamente al principio, y alumbrado después con las bombillas de bajo consumo que tardan un rato en cargarse, aportando ese tono lúgubre de película de miedo, magnificado por el olor a rancio y mojado, en el que estaba bañado el lugar.


Caminé lentamente por él, buscando la puerta que me recondujera a mi casa. Tras exactamente setenta y siete baldosas, el pasillo terminaba en una estancia, en la que había un sofá algo deshilachado, verde, una televisión antigua y una mesita de madera redonda, con un paquete de tabaco negro y un mechero a su lado. Recorrí toda la habitación, en busca de la puerta, y tras la música oí a alguien murmurar.


“…aquí…”

- ¿Qué? – Dije antes de ver a nadie, me descolgué los auriculares y vi a mi perseguidor.


“ Que si puedo saber que haces aquí.”

- No lo se, ando algo perdida, yo solo quería no tener que bajar las escaleras esas de caracol que hay ahí fuera. Tengo algo de vértigo…


“ ¿Seguro que no andabas buscándome?”


¿Estaba yo buscándolo acaso?, no había una razón real por la que hubiera querido subir a la azotea, sin embargo no había sido más que uno de esos antojos por los que me muevo a veces, sin más significado que el que se le quiera encontrar más tarde.

- No te buscaba, solo he salido a fumarme un cigarro, y de vuelta no he querido arriesgarme a caerme por las escaleras. – Estaba perdiendo el miedo a esta persona, cada vez se me hacía más familiar y cómodo tenerlo cerca, al fin y al cabo, durante un mes, había sido la única persona, o lo que fuera, con la que había tenido relación.


“¿Ya no te asusto?, ¿estás ya tranquila con mi presencia?, quizás estés preparada dentro de poco. Solo hace falta eliminar algo y mostrar desinterés para conseguir lo que quieres. Al menos contigo es así, eres una niña algo egoísta.”

- Me alegra que lo hayas comprendido por fin, ahora ya puedes irte y dejarme aquí sola como todos hacen.


“Nadie quiere arreglar el pasado, solo ignorarlo y seguir en la ignorancia, ¿no es eso?”

- Si, eso es…


“Comprendo.”


Desperté en mi cama, con el cuello y la espalda convertidos en una sola contractura. Con escozor en los ojos, y una sensación de cansancio mayor de la que tenía antes de dormirme. Pero no recordaba cuando me había dormido por última vez. Qué día era.


Me levante dolorida, me vestí y eché a correr por los pasillos, por las escaleras en dirección a la azotea. Y allí estaba la escalera de caracol, con un par de peldaños menos. La subí y me acerqué a la puerta, que estaba un poco más descascarillada de lo que recordaba. La abrí con el mismo esfuerzo, encendí las luces, y abarqué el recorrido del pasillo en menos de tres segundos.


Al final, encontré la misma escena. Pero por un momento había una mujer allí con mi visitante, con mi oscuro pasajero particular, los dos reían estruendosamente, y se dirigían miradas llenas de sentimiento, mientras que fumaban ese tabaco de olor dulce.


Desaparecieron, y yo me senté en el sofá durante unos minutos en los que me asaltaron millones de sensaciones distintas. Pero todavía algo se me escapaba, y no sabría decir qué.


Que alguien me deje salir.